francis-segura-16-7-17

No he podido olvidar todavía las palabras aquellas de mi profesor de Arte Contemporáneo y Museología, Fernando Martín Martín, cuando me hablaba de las posbilidades que me auguraba un futuro en el que hubiera de proyectar la formación recibida en la universidad hispalense.

Sorprendía su conclusión, pero sigue estando de plena actualidad ese reconocimiento -que no complejo de inferioridad- que algunos miembros de la comunidad universitaria hispalense llevan a cabo acerca de su propia «alma mater», expresión que cada vez uno lee menos cuando se refieren a la institución en la que estudió, y vivió, su licenciatura o grado, que no podemos olvidarnos de los Niños de Bolonia, que ya no son tan niños.

Don Fernando me decía que, para llegar más lejos, o había que irse directamente a la ciudad de la Alhambra o, al menos, terminar allí nuestros pasos. Todos los caminos habían de conducir allí…o al menos, todos habíamos de ser peregrinos en esta tierra hacia aquella universidad que tanta fama tiene que ha conseguido colarse en los puestos más importantes del ránking mundial de Universidades, en el que Sevilla, «por los pelos», no ha tenido lugar por segundo año consecutivo.

Aún así, la de Granada está entre la 201 y la 300, aunque descuella entre las más valoradas de todo el planeta. Algunas, privadas españolas y otras, como la Autónoma de Madrid y la Complutense, tienen un hueco entre las 400 mejores. Es decir, que vamos, como dice Fonsi «despasito», a la hora de recibir una valoración importante. Lo que estamos haciendo mal o bien, creo que no lo sabremos ahora. Y cuando seamos capaces de darnos cuenta en qué podemos mejorar, será otra pléyade de universitarios la que, ocupando las aulas de la US, dará a valer la calidad formativa de una universidad que no cesa de alzar banderas contra la mediocridad de un mundo en el que, muchas veces, importa mucho menos lo que uno sabe y se valora más lo que uno aparenta (saber o haberse ejercitado en el gimnasio, que eso sí que salta a la vista).

Vuelvo de unas vacaciones que necesitaba, y me encuentro un panorama igual de hostil. Ni el 16 de agosto, que siempre es un día tranquilo, se me priva de la preocupación por una ciudad en la que vamos hacia el 25% de una actividad económica que se llama turismo. Un sector en el que, aunque vale la formación y los conocimientos (muchos de ellos no se adquieren en la universidad), puntúa mucho más una experiencia que, precisamente, no se adquiere en la universidad o es claramente insuficiente.

No digamos las verdades a medias. Es cierto que nuestros matemáticos están en claro ascenso y que los historiadores y arqueólogos han visto colocada su facultad entre las primeras 200. Somos de sacar mejores notas en lo concreto que en lo general. Somos mejores en el detalle que en la grandiosidad. En la universidad nos pasa igual que lo que dicen los que escriben y miran la ciudad con gafas de blanco y negro. Pero Sevilla, y su universidad no podía ser menos, siempre fue así, de sorprender en lo inmediato y particular aunque en general, a primer golpe de vista, Sevilla pudiera parecer una ciudad cualquiera (sobre todo mirada a lomos de un autobús panorámico).

Vamos a la rueda, que se me oxida. A la rueda los que, profesores, alumnos y empleados, hacen de la US una casa grande y extensa en la que se hacen personas y profesionales. Los de Shangai no se han tirado nunca a comerse un bocata al sol de abril sobre el césped de la calle María de Padilla. No saben mucho de eso. A la rueda las universidades que han conseguido lugares de élite. Siempre servirán de referente para los que, una vez conocida la delicia de estudiar en Reina Mercedes o en Cartuja, quieran hacerse más grandes. Sevilla -señores del ranking Shangai- siempre les estará esperando, con 0,50 puntos menos, pero con mucha más sal y mucha más alegría. En eso, seguramente, seamos la primera de 500 y de otras mil…por la parte corta.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...