francis-segura-17-marzo-2017

Me ha costado volver a rodar. Le hubiera gustado a uno ser como el oso panda, que conoce la mágica revolución de su cuerpo como rueda y en los memes de todo el mundo se le ve rodar para moverse de un lado a otro.

Hay que coger la cadencia, y espero que sea ahora cuando la rueda, en segunda época, vuelva a su giro semanal como antaño. Aún así, como cuando uno en Semana Santa se asoma a su balcón y los vecinos están todos en el suyo, me calo el chapeo y les doy a todos mis buenos días.

Buscaba yo el tema en el que posarme como gorrión en salto y me vino a los ojos la miel de las torrijas del horno San Buenaventura. Bueno, a decir verdad, lo que se me puso en la mirada cuando nos llegaba la Navidad eran las bandejas de mantecados que se han puesto a vender en Puente y Pellón, casi esquina con Lineros, esa calle que es como la hermana chica de un chavalillo al que todo el mundo conoce y da nombre a todos los que le rodean. Ahí, en una tiendecita bastante digna pero que no es ni sombra de lo que fue, malvive el Horno de San Buenaventura que había tenido en la Avenida su mansión y que, en otros rincones de la ciudad, sigue intentando mantener alzada esa bandera tan bonita que guardan en la vitrina de Carlos Cañal, y que nunca me acuerdo realmente qué representa.

¿Será sevillano el Horno San Buenaventura que tiene hasta bandera, como las cofradías, como las hermandades de gloria, como las corporaciones ilustres de la ciudad? Aún así, no han podido con los problemas derivados de los impuestos, la pérdida de consorcios con otras grandes expresas y con la «americanización» de nuestras formas de vida. Leñe, que piensa uno en tomar café con pasteles y como te pille en el centro no tienes más «bombones» que ir a Ochoa o a la Campana, porque en los demás sitios nada más que encuentras muffins y bollería que, al entrar, parece que «estás en Madrís».

Me pasó con Filella en la Avenida, que una tarde de Semana Santa fui a entrar a comprarme un pastel y aquello era una tienda de salchichas. Ahora, el Horno, que hacía esquina con la antigua «calle de la Mar» también me lo cierran, quedando, por allí, de mi frecuencia y estilo, la Ibense, el sitio donde me dijo aquel camarero eso de «no, aquí todo tiene lactosa» y, como intolerante (no sé si él o yo) me costó volver a entrar para pedir un mísero café.

Mala suerte la de los hornos, la de los cafés, la de los salones de merienda. Y no entiendo bien por qué, porque eso no ha dejado de estar de moda. Pobre Horno Sin Buenaventura, con la de recuerdos y tertulias que ha conocido este sevillano entre sus sillas de madera oscura y sus mesas con placas de mármol blanco. Ahora mismo se da todo por perdido, pero me gustaría pensar que, replegando velas en esas pequeñas confisseries que están abriendo en algunos puntos del centro, puede salir de la crisálida de nuevo la mariposa del Horno que hizo dulce a la Giralda con azucenas de su heráldica más conocida.

Venga, a la rueda. A la rueda los que, poniendo por delante la ley y la exigencia han ido crucificando poco a poco al Horno privándole de una vida mejor y más larga, matando esos seis siglos de tradición que ahora no sabemos a dónde irán ni cómo. A la rueda los que, a pesar de la estrechez, hemos echado aunque fuera un cafelillo en sus mesones, intentando que Sevilla se parezca a nuestra Sevilla, y no deje de ser lo que no ha de olvidar para ser esa Sevilla moderna que muchos llevamos en el corazón y que, poco a poco, sin levadura, se tuesta en el Horno de nuestros sueños.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...