francis-segura-26-de-octubre-2016

No había visto cosa igual desde que la aplicación para móviles y tablets Pokémon Go resucitara aquellos horrorosos muñecotes que había que reunir no me acuerdo cómo (de pequeño nunca me interesé en buscarlos).

Con mi afán catalogador (así salí luego historiador del arte), no más me empeñaba a veces en ordenarlos por sus poderes, su nombre, sus capacidades, pero pronto desistí porque aquello ni era abarcable para mi manera de pensar ni tenía mucho fundamento.

El fenómeno Pokémon Go ha servido para certificar el giro que está dando la sociedad del mundo entero. Hace años comencé a oír aquello de que estábamos perdidos, que no sabíamos dónde mirar y que habíamos dejado atrás cualquier referente. El hombre posmoderno, efectivamente, estaba en permanente búsqueda.

Sin embargo, vergüenza para el humano género, nunca jamás imaginar pudiera que acabáramos buscando cosas tan insustanciales como Pokémons, y que, por ser aquello fenómeno de masas, hasta los telediarios (si don Matías Prats Cañete levantara la cabeza) se hacían eco de las barrabasadas que, en nombre de los dichosos bichos esos, estábamos cometiendo por todas partes del mundo.
Aquello no tenía límites, era una adicción que superaba las fronteras de lo imaginable. Habíamos dejado de fumar en lugares públicos, pero ahora el enganche era con los Pokémon. Algunos refunfuñan cuando se les dice eso, y dicen que otros con el Whatsapp o con el Facebook, y algunos con otras aplicaciones más sensuales que no voy a nombrar pero que más de uno andará mencionando en su mente.

Ahí estamos, como descosidos buscando Pokémons, sin pensar que, dentro de un tiempo, cuando no haya más que cazar, estaremos deseosos que otras mentes, de las que dominan nuestro débil mundo de hoy, nos ofrezcan un producto novedoso, con el que seguir encontrándonos a nuestro lado a saber qué fantásticas criaturas.

Primero fueron las croquetas de Cádiz, luego la flamenca de Playmobil…los cazadores de libros de Facebook, que andan por todos los pueblos de nuestra geografía dejando en algún lugar novelas y cuentos infantiles para que alguien pueda recogerlos…Unas me parecen más apropiadas, otras creo que sobran. En esta Sevilla, en la que hay tanto que encontrar, en la que hay tanto con lo que sorprenderse, forastero o propio, que no deberíamos habernos dejado arrastrar por esas corrientes.

No hemos sido capaces de dar respuesta, concibiendo algo para nuestros móviles que nos ayude a mirar la ciudad desde otra perspectiva, para aprenderla y amarla, respetándola como es y como nosotros queremos que sea. Se nos cae la boca de quejarnos por esto y por aquello, pero nadie mueve un dedo para que lo que no nos gusta sea un poco mejor. Nada, a buscar Pokémons, que se transforman y se entrenan en bares y discotecas, y no demos ni siquiera la oportunidad de repostar en museos o bibliotecas. Todo consumo, todo ocio y cero preocupaciones.

Lo siento de veras. Disculpen el desahogo aquellos que, luchando por la cultura y el saber, hacen también un hueco para distraerse con esto de los Pokémons. Sean ustedes redentores de todos aquellos que se han volcado en eso y no hacen otra cosa. Ayúdenme a entender cómo, después de los Pokémons, seguimos buscando a veces cosas intrascendentes y sin importancia, cuando, como decían Scully y Mulder: «la verdad está ahí fuera».

A la rueda sevillana los que, en vez de dejarse llevar por estas modas del mundo, siguen teniendo los ojos abiertos ante la realidad que les rodea, limándole las asperezas para que, canto rodado por el tiempo y la desidia, siga brillando al leve toque del sol. A la rueda los que no hacen más que buscar Pokémons, los que son Pokémons que aparecen y luego ya no vuelven más. A ellos, una bola come-bichos de esa, y encierro por los siglos.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...