francis segura 060516

Si es que tomas, querido lector, cada semana el disgusto de buscar mis líneas en esta red que es el papel de Sevilla Actualidad, notarías que la semana pasada fallé a la cita y no concurrí a la citación de la Rueda de Reconocimiento.

Por lo figurado del caso, no vinieron a buscarme a mi casa los nacionales. Si hubieren venido, vieran que yo no estaba por haberme embarcado en el último viaje de abril, que me llevó a recorrer la mitad de Andalucía, ida y vuelta, en menos de veinticuatro horas.

Había preparado para ofrecerles una rueda sobre la Feria del Libro y sobre la figura de Don Quijote, y el espíritu de Cervantes, sabiendo que se avecinaba un churro tamaño rueda de calentitos, predispuso los astros para que aquello no llegara a buen fin. Contaba yo cosas de niño, batallitas de viejo que eran de lo más tristón.

Aún así, no me planté aquí porque, cuando ya estaba todo escrito en la herramienta contadora de palabras que he comprado para mi Iphone (andaba yo en término de Puente Genil), todas y cada una de las letras se me desaparecieron. Perdí por completo los tres mil quinientos signos que, ordenados sistemáticamente, componían la columna del viernes, escrita en sábado por retraso en la entrega inicial. Fue entonces cuando, lejos de caer en la postración y el desaliento, me dije que quizás la semana pasada no era el momento de escribir.

Fue quizás el obligado respiro que se toma uno cuando se estropea el móvil, le pisamos la pantalla en un ataque de furia o de repente se nos vuelve loco sin que nadie pueda remediarlo. Es ese parón que haces en el momento en que tu ordenador de mesa dice que no más, y el portátil no tiene batería y la tablet no te viene bien para llevar a cabo la acción que precisas. Es esa detención obligada que se produce cuando el tren no llega, no encuentras taxi, no te has traído la llave del coche y quien te podía recoger se ha ido de copas sin pensar en absoluto en ti.

¿Qué puedes hacer? Sólo queda respirar hondo y repetir las estrofas de Calderón sobre el sabio hambriento que, comiendo hierbas, veía que otro iba detrás alimentándose de lo que él desechaba. En esos momentos en que te dan ganas de tirar la impresora por la ventana, el móvil por un puente y dejar el escáner en medio de la autopista, en ese instante…es cuando la pausa de la naturaleza ha llegado a ti.

En otro tiempo la noche hacía detener a los trabajadores. El animal que se cansaba, el azadón que daba de mano, el capacho de esparto roto… obligaban a parar para empezar no sabíamos cuándo. La sociedad del progreso ha ido superando todos esos accidentes ofreciéndonos máquinas que se encienden al enchufarse a la red eléctrica. Cuando esos utensilios maravillosos dejan de funcionar o de ser alimentados de fotones, comienza una vida que hemos olvidado: la vida de los hombres, simplemente hombres, vencibles, finitos e imperfectos.

Hoy no nos escapamos. A la rueda los que, poniendo en juego su salud y su cordura, a veces forzamos la maquinaria hasta el punto de llevarla al colapso, y entonces nos lamentamos y gritamos como plañideras de la Roma antigua. A la rueda, por sabios, los que, huyendo del mundanal ruido, o apagan voluntariamente, o regresan al cuaderno, al lápiz y a la goma de borrar, para poder corregir en lo material y no corregir en lo etéreo de una nube de datos que nos da más de un disgusto.

Hay que aprender a tomarse esa pausa más de vez en cuando. Le salen a uno violetas en la garganta y lirios en las manos, y una sonrisa de molde más buena que el pan de sandwich. No pienses en las oportunidades que se escaparon. Piensa en la próxima vez.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...