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La protagonista de hoy es una chica polaca, una artista global (baila, diseña, hace fotografía artística), que, habiendo dado con sus huesos en esta metrópolis de Monipodio y de la Virgen Santísima, padece las veleidades financieras y jurídicas de su jefa, que regenta un negocio de hostelería en pleno centro de Sevilla, mostrando esa ciudad de telón y cartón piedra que nos encargamos de vender y que no es ni más ni menos buena que la Roma de los templos o la Grecia de las piedras y la anastilosis.

Llegada aquí buscando el sueño de una vida mejor, piensa ahora (paradoja del destino) que quizás, la mejor vida era la que dejó en su tierra natal. Es una chica inteligente, habladora, con buen humor (lo de guapa es subjetivo, pero a mí me lo parece)…y, para ganarse un sueldo indecente, tiene que trabajar un montón de horas en esa recepción, recibiendo un trato indigno y viéndose sometida a situaciones delicadas en las que deben intervenir policías y funcionarios judiciales.

Hoy nos hemos visto, y hemos dejado todos lo que andábamos haciendo para escucharla. Su voz no era la de los comentaristas de los telediarios, que hablan del fracaso de los inmigrantes de forma fría y distante. Su voz, con un curioso acento entre la Europa del Este y unas dulces erres francesas, nos hablaba de esa angustia vital que le produce pensar que tiene que dejar a medias lo que ha construido aquí para volver sobre las ruinas de su vida en Polonia si quiere seguir siendo un poco feliz. Pero para recuperar la calma y el bienestar, tiene que dejar a su novio aquí y romper con lo bueno que Sevilla le estaba ofreciendo.

No es la primera vez que me lo cuenta. Ya hace unos meses me abordó en plena calle para contármelo. Está desengañada de Sevilla, una ciudad sin orden ni concierto. Está empezando a odiar España, un país feudal y monárquico que está muy retrasado en relación con los modos de vida y gobierno de otros países europeos. Tú la oyes y, aunque te duela, tienes que darle la razón, porque su caso no es aislado, sino que esta precariedad afecta por igual a los nativos y a los emigrantes, creando una gran costra de damnificados que es difícil ignorar o enmascarar para que no se note.

¿Qué estamos haciendo mal? ¿Quién lo está haciendo tan mal para que personas como esta chica tengan esa visión tan destructiva de nuestro país? ¿Esto no ocurre acaso en otros lugares? Al no gozar de visión de conjunto, no conocer de primera mano las realidades de diferentes naciones, no podemos responder. Y entonces la depresión de esta joven se apodera de ti. Y te preguntas quién tiene la culpa, y como en la cena de Da Vinci, pones a todos los tuyos a un lado (fuera de la Rueda de Reconocimiento) y, como parece que en el otro testero de la mesa no hay nadie, la culpa se disuelve en el ambiente.

Esta chica habla de un rey, que considera inútil, y de un gobierno que puede seguir el modelo de otros países. Al hablar del rey, todos hemos acudido, firmes e indubitables, a defender la figura de Felipe VI, muchos de nosotros en nombre de su padre, cuya sombra sigue protegiendo y cobijando al monarca que muy pronto cumplirá nueve meses en el trono del país. Con respecto al gobierno, como está en funciones y es manifiesto que no se ponen de acuerdo tras las primeras elecciones fallidas de la democracia posmoderna, no hemos sabido qué responder. Y la pobre ha quedado igual con su impotencia, y nosotros donde estábamos con nuestra decepción.

Me duele hasta el aliento, como dijo Miguel Hernández ante la muerte de Ramón Sije, su «compañero del alma, compañero». Nuestro país, nuestra sociedad nos acompañan, nos rodean, nos dirigen, nos constriñen…nos hacen estar vivos. Y de esa sociedad, tales monstruos ante la mirada y la conciencia de muchos. A la rueda de reconocimiento aquellos que, con su comportamiento inhumano y desleal (hay muchos tipos de terrorismo) convierten España en eso que ven los que miran sin pasión.

A la rueda de reconocimiento aquellos que luchamos para hacer un mundo mejor y los que, buscando ese mejor enclave para sus vidas, eligieron esta España, ahora débil y resquebrajada que mira incierta. Hagamos de España la casa Carrasquilla de las sevillanas. Pongamos puntales para que no la derriben «vientos ni vendavales».

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...