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Tengo una ciudad que lo vive todo intensamente, que late con el pueblo en sus tradiciones y que sirve de marco incomparable para que, año tras año, pueda desplegarse toda la capacidad de tenemos para, repitiendo rituales y celebraciones, a veces centenarios, parezca su primera vez o parezca que por ellos no ha pasado el tiempo.

Sevilla, meca de los antropólogos, de los etnólogos y sociólogos que la miran con apego como fuente inagotable de nuevas hermenéuticas de la fiesta, del traje y de las clases sociales. Sevilla, ahora en Cuaresma, pero pocos días antes, a su modo y su manera, puesta de Carnaval.

Me gusta la perversión del Carnaval, más que en la carne, en las coordenadas físicas del espacio y el tiempo. Esa relajación de las costumbres que imponía el reinado de don Carnal ya no es precisa; pero seguimos necesitando confundir el tiempo y el espacio, creando una ilusión que nos permita retomar el calendario allá donde más nos guste. Y Sevilla…tres días antes de la Cuaresma, va y se viste de flamenca en el Simof.

Confieso que, no hace mucho tiempo, lo del Simof me sonaba muy lejano. Yo apreciaba el trabajo de los diseñadores y valoraba su aportación a las fiestas populares de Andalucía, pero progresivamente, sus rostros y su trabajo me fueron siendo cada vez más familiares. Ya no sólo me llegaban los ecos de las crónicas, de las fotos en el periódico. Los que lo contaban (blogueros de moda y periodistas) y los que lo hacían posible (diseñadores de moda y de complementos) iban acercándose, convirtiéndose en amigos y en más que amigos, dependiendo de cada momento de la vida.

Si el año pasado fue Pedro Béjar, modisto hinojero, con «Quejío de mi alma», quien me hizo patente lo buenos que son mis amigos cada uno en lo suyo, este año ha sido Luis Fernández con su «HABEMUS FLAMENCA», que ha resultado ganador en el desfile de noveles de Simof, presentando una colección atrevida e innovadora, con un argumento sólido e histórico, no dejando atrás ningún detalle y contando con otros jóvenes artistas como Álvaro Domínguez, Alejandro Puelles o Manuel Jurado, alma gemela de esta colección, la otra mano de la aguja con la que Luis Fernández ha hecho posible esta fantasía romana a caballo entre Mérida y Sevilla.

No me meteré a bloguero de moda porque Cayex Gómez, Claudia Alfaro y otros muchos tienen más experiencia que yo, pero hoy, en mi rueda, quiero poner la moda flamenca y todos los que en torno a ella trabajan para engrandecerla. No quiero minusvalorar, por supuesto, el trabajo de los más grandes, de esos iconos de la flamenquería que siguen manteniendo este traje típico encima de las pasarelas. Pero los noveles, los jóvenes, valientes y soñadores, son los que van abriendo poco a poco las varillas de un abanico que sigue escondiendo lo mejor en lo plegado en su creatividad.

Bravo por Luis Fernández, ejemplo de cómo se puede dotar de contenido algo que, a ojos de los necios, no son más que volantes que dan mucho calor cuando se llevan a la Feria. El Homo Erectus, cuando se irguió, según me ha enseñado mi profesor don Ramón Valdivia, vio las estrellas y comprendió algo mucho más grande por encima suya. A la rueda los creadores, Luis Fernández y todos los demás que lo hacen tan bien con pocos recursos y mucho cariño por nuestra historia. A la rueda, los que no ponen en valor el tesoro de nuestra moda flamenca y se mantienen en esa ignorancia que ellos piensan que les hace libres de caprichos e inventos de personas sensibles sin más oficio.

Allá ellos con su cuento y su desdicha. Mientras que haya miradas dispuestas a dejarse llevar por la ilusión de vuestros diseños, mientras SIMOF se llene de esa irrefrenable manera de ver y de sentir, Sevilla, Andalucía y el mundo entero, volverán a oler a flores frescas cada primavera, adelantándola al salón flamenco de Fibes cada primeros de febrero. Transgresión de Carnaval, consagración al dios de la alegría…vestido de flamenca.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...