opinion-francis30-oct

Lo confieso. Podía haberme dejado llevar por la masa, que empuja y rebosa como cuando la espuma de una cerveza mal tirada se «deja venir» cristal abajo poniendo el mostrador «de grana y oro».

Podía haberme quedado con un interesante debate que pude vivir, quizás de esos que no se te olvidan nunca, en esa nueva vida de universitario que he elegido, pero caer en lo de las «comuniones civiles», aparte que me parece letra perdida por lo absurdo del asunto, no me llamaba tanto la atención.

Hice un rebusco mental por las novedades de la semana durante el tiempo que dejó libre mi trigésimo aniversario. Ya saben ustedes, los cumpleaños en esta era es lo que tienen. Se van sumando notificaciones y notificaciones, cientos de mensajes… y a la vez que tomas conciencia de aquellos que te aprecian, piensas en la fugacidad del tiempo y otras paranoias filosóficas que te amargan el día.

Se me vino a los ojos una noticia, casi íntima en este mundo globalizado. Se presentaba en Madrid el Diario de Juventud de Zenobia Camprubí, la esposa displicente que intentaba comprender el universo mental de un gigante de la reflexión y de la poesía, el moguereño Juan Ramón. Una sombra con figura de mujer, que estuvo ahí inspirando, motivando, callando y dando charla cuando aquel espíritu lo necesitase. Por propia experiencia, sé que ella pondría mucho interés, llevándose la ingratitud de quien, en pensando una palabra, estimaba basura todas las demás palabras que sonaban en el mundo, incluso la más bella o más llamativa.

Los que ponen empeño cada día en eso de hacer de las letras física pulsión de pensamientos y energías, saben que tengo razón cuando digo que el mayor tesoro que tenemos son esas personas que soportan un ámbito creativo tan impreciso y brumoso como el nuestro. Muchas Zenobias, mujeres y hombres que, compartiendo el camino con los pensadores, tienen, a su vez, una línea creativa propia, disimulándola, dejándola eclipsar, abandonándola muchas veces para poder entender el hombre o la mujer que sale del estudio y del despacho para intentar regresar al ámbito de los humanos.

Yo mismo me someto hoy a una rueda de reconocimiento, frente a la cual pondré a todos los que, en mayor o menor medida, columnistas o creadores de novelas milpaginarias, se meten en su mundo y no recuerdan que, tras la puerta, hay Zenobias de carne y hueso manteniendo en pie todo el universo sin gravedad que empieza tras la atmósfera en la que flotan sus letras. Sometámonos a juicio, a reflexión. Parece complicado, pero poniendo algo de empeño será posible avanzar en ese aspecto.

Una rueda de reconocimiento me pongo como premio y como castigo. Una rueda en la que podemos entrar y salir, y ante la cual podemos exhibirnos para que nos juzguen aquellos que consideran el mundo de las letras como un terreno pantanoso, que no tiene agarres ni agallones como las cúpulas musulmanas. Ese mundo, en otra rueda paralela, lo sostienen aquellas Zenobias que, en un diario espiritual, van derramando lágrimas de tinta por una incomprensión que a veces consigue también abundantes frutos, pero duele.

Por esas Zenobias, con lo que tiene generalizar un femenino en el se incluyan también elementos masculinos. Porque no sabemos muy bien hasta qué punto son como anclas ante una realidad que no nos pertenece. Por esas Zenobias merece la pena seguir poniendo en pie tantas letras, que se encargará el futuro de tumbar como caen desplomados los tomos viejos en una biblioteca polvorienta.

 

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...