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Zapeando doy con El Correo Tv, y en dando con ella me tropiezo con una cara conocida. Cristóbal Cervantes,  un gigante de la comunicación, que nunca precisó de criterios estéticos para ganarse un lugar y un puesto.

Llevo ya tiempo sin poder permitirme una noche tranquila ante la televisión. Los trabajos, no de Hércules, pero sí necesitados de fuerza similar, que llenan mi agenda y me llevan a escribir esta columna de madrugada, me impiden muchas veces convertirme en un consumidor más de tantos productos como otros saborean (aunque no se vayan, como Jacinto Benavente se fue de Argentina, con buen sabor de boca).

Esta noche me lo he podido permitir. Después de un poco de música, un poco de compromiso en una de mis instituciones preferidas y de un poco de baño de amistad (mejor que el baño de masas, porque deja más buen olor) me puse delante de la televisión. Zapeando (es la primera vez que escribo este verbo en un opúsculo formal) doy con El Correo Tv, y en dando con ella me tropiezo con una cara conocida.

Es Cristóbal Cervantes Hernández, suprimiendo el primer apellido porque no cabía en los rótulos de los informativos de las cadenas locales. Es un gigante de la comunicación, que nunca precisó de criterios estéticos para ganarse un lugar y un puesto allá donde fuera llamado. Cuando, con Cristina Hoyos a la vera (arte a raudales) le vi desarrollando toda su habilidad conversadora (cuando charlas con él se detiene el tiempo) comprendes todo, pero también te quedan muchas dudas en el aire.

¿Quién tuvo el despiste fatal de tardar tanto en hacer hueco en la parrilla de programación televisiva a un comunicador tan especial? ¿Quién, teniéndolo, lo dejó escapar excusándose en baladíes razones que no venían al caso? Demasiadas dudas para tan poca oportunidad de respuesta. Yo pongo hoy en mi rueda de reconocimiento a todos esos directores y responsables de medios que no supieron ofrecer a Cristóbal lo que merecía.

Hoy lo escuchaba dialogar con Cristina Hoyos, y me parecía que, más que preguntarle a ella, o quizás, dirigiendo ese diálogo, se hacía preguntas a sí mismo. Le preguntaba a la artista de la danza racial y apasionada: «¿El baile te ha dado algo?» Hoyos afirmaba que sí, que se lo había dado todo. Cristóbal podía haber preguntado lo mismo a más de una televisión o una emisora de radio.

¿Qué les daba Cristóbal Cervantes? Les aportaba una seriedad, una profundidad, una capacidad irónica y reflexiva alejada de estereotipos y adjetivos, alejada de ser simplemente una cara bonita y un cuerpo de gimnasio, que es lo que parece que ahora prima e importa.

Y entre tantas cuestiones que Hoyos y Cervantes intercambiaban, Cristóbal hacía pensar a Cristina sobre el reconocimiento de su ciudad. «Tienes la medalla de París y de Tokyo. ¿Para cuándo la medalla de Sevilla?» Y la creadora de ritmo y compás realmente no supo qué responder para velar la carencia que Sevilla había tenido con ella. Con Cristóbal, algo similar.

Después del cierre de Giralda, no ha quedado para el almeriense más que media hora semanal, que en tomar un café se tarda más tiempo. ¿Es que no merece Cervantes un espacio de mayor peso, un lugar más destacado, si es que tiene que conformarse con eso, en alguna de las cadenas locales?
Ahí están, detrás de la cristalera de plasma de mi televisor, como detrás del cristal en la rueda de reconocimiento, todos los que de una forma u otra tuvieron la culpa, los que hicieron desembocar a Cristóbal en el estuario donde ahora navegan sus aguas tranquilas, saladas por almeriense y dulces por sevillano de adopción.

Sé que Cristóbal puede con todo eso y con más, y que, al final, encontrará el espacio digno para su capacidad y experiencia. Entonces podré dejar en libertad a los que antes puse en fila para poder señalar sin ser visto. Cuando vea que Cristóbal no piensa en que le «quiten lo bailao» después de tantos años y tantos discípulos bien colocados en la esfera de la comunicación local.

¿La medalla de Sevilla? Puede que la mereciera, pero es mejor que Sevilla se cuelgue la medalla de no dejarlo escapar y de que Cristóbal diga es Sevilla es la mejor ciudad para vivir. Tomen nota.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...