Cuántas veces hemos escuchado o leído (teniendo en cuenta este momento en el que la gente se dice este tipo de cosas en redes sociales ante la mirada curiosa de cualquiera) esa frase: “no cambies nunca”; aparece en todas partes, y siempre se emite con una extraña intención positivadando un valor subliminal a una determinada forma de ser o actuar.

La mera forma de esa sentencia ya es en sí misma bastante negativa (“no”, “nunca”), pero si analizamos por un momento el contenido, es demoledora.

Pedirle a uno que no cambie… ¿pero cómo no vamos a cambiar, si el cambio está intrínseco en todo permanentemente? Las estaciones del año, el propio cuerpo, todo lo que está vivo necesita cambios para continuar estándolo.

El efecto nocivo que contiene el engañoso “no cambies nunca” radica en que fomenta un apego bastante común que tienen las personas a su supuesta identidad inflexible. Me refiero a esa identidad que se esconde tras otra frase de lo más recurrente: “yo soy así”. ¿Así?, ¿de una única forma bien determinaday completamente autocensurada hacia la idea de cualquier modificación?(bastante simple, según se pinta bajo esa expresión tan cerrada)Pues menuda desgracia, tanto por lo de inmutable como por lo de simple.

Es cierto que las personas tenemos una esencia que nos diferencia que parece estar conformada por la genética y por lo vivido, pero esa esencia merece estar compuesta por muchísimos componentes que, como todo, han de irse potenciando y disminuyendo a medida que crecemos, porque, de lo contrario, lo único claro es que no hemos aprendido absolutamente nada, dado que cada aprendizaje real implica, necesariamente, un cambio.

Lo mismo ocurre con las organizaciones, suelen encontrarse con el mismo problema de apego a la esencia que las diferenció del resto, y que les sirvió para evolucionar en un momento dado. Lo que las organizaciones (que no son otra cosa que la suma de un número de personas con un objetivo común), tienen que entender es que, si no efectúan los cambios necesarios derivados de los aprendizajes que realicen, no podrán evolucionar y, por tanto, su adaptación al mundo (lugar en permanente cambio) será inviable: “renovarse o morir”.

Por tanto, procuremos luchar contra el poder del lenguaje poniéndolo a nuestro favor, y comencemos a tentar a nuestros amigos y compañeros a que “sí, cambien siempre”.