Alberto Parras investigaba la enfermedad de Huntington cuando descubrió el comportamiento autista de un ratón / Francisco Amador

Alberto Parras Rodríguez, un joven investigador de 31 años, nacido en Alcalá de Guadaíra, ha conseguido un hito importante en la investigación del Trastorno del Espectro Autista. El pasado 15 de agosto Nature, una de las revistas científicas más importantes del mundo, publicó la investigación que le ha ocupado los últimos ocho años de su vida en Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. Junto a su equipo, descubrió que la alteración de la proteína CPEB4 afecta al desarrollo del Trastorno del Espectro Autista.

El joven investigador, en una entrevista publicada en La Voz de Alcalá, explicó que comenzó a investigar la enfermedad de Huntington para realizar su tesis doctoral. Pasaba tantas horas con los roedores que llegó a detectar comportamientos anómalos en algunos de ellos. «Me di cuenta de que nuestro ratón era autista», cuenta ahora aliviado, ya que esta observación fue bastante controvertida, incluso cuestionada por compañeros expertos. «Sabes de psicología de ratones», le decían con algo se sorna. Pero él insistió. «Me parecía que tenían un fenotipo que ya estaba descrito, me dijeron que lo demostrara y efectivamente tenían un comportamiento típico de autismo. A raíz de esa y otras evidencias comenzó la investigación».

«Tienen comportamientos típicos de un fenotipo autista. Se puede ver en ratones, ratas, primates… Si interaccionan o no. También estudiamos la comunicación. Por ejemplo si las crías son aisladas, llaman a su madre para que las alimente y las mantenga calentitas. Una autista no se comunica de la misma forma», explica el investigador.

El descubrimiento ha dado con una proteína clave en el desarrollo del autismo que, hasta ahora, era bastante desconocida. Regula a otras muchas proteínas y muchos procesos. Según Alberto Parras, «estaba descrito que ésta es muy importante en el desarrollo del feto, sobre todo en el cerebro. Observamos que en los cerebros de pacientes autistas había una alteración de esta proteína, aunque no podemos decir que eso sea lo que está causando el trastorno. Observamos no sólo esta alteración en los pacientes, sino que cuando un ratón tenía ese mismo defecto, el animal tenía un comportamiento autista. En ningún caso podemos afirmar que todos los casos de autismo se deban a este defecto, eso no está demostrado. Simplemente decimos que un defecto en esta proteína puede conllevar a un fenotipo autista».

Alberto Parras es el primer autor del artículo. El que hace los experimentos, el que está en el animalario con los ratones y en el laboratorio con las pipetas. Al trabajo ha contribuido un equipo internacional de científicos, coliderado por José Lucas investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas –CSIC– y del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Enfermedades Neurodegenerativas –Ciberned–, y por Raúl Méndez, del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona.

Ahora su equipo sigue trabajando para encontrar qué factores pueden provocar el mal funcionamiento de la proteína. En la mayoría de las enfermedades hay un componente genético, pero también uno ambiental. Esta proteína podría estar defectuosa no sólo genéticamente sino también mediante algún factor ambiental como puede ser un contaminante, una hormona… y acabar desarrollando autismo en el feto. «En el autismo, el ambiente es casi tan importante como los genes, aunque se desconoce cómo llega a impactar. Sí está descrito que cuando las madres sufren un proceso de estrés o ciertas infecciones durante el embarazo los casos de autismo aumentan», asegura el alcalareño, que matiza que «existe también un desarrollo poco después del nacimiento. Prueba de ello, es que hay casos de gemelos en los que uno es autista y otro no».

«Una vez que encuentras una clave, te gusta tirar de la manta» y la investigación continúan  buscando alteraciones de esta proteína en un modelo de ratón que tenga un componente ambiental y «estamos mirando en otros trastornos como la esquizofrenia que podrían tener una afectación de esta proteína».

Pero la investigación no ha estado exenta de dificultades. «Nos lo estábamos jugando todo a una carta. La investigación ha durado casi ocho años y un laboratorio no se puede permitir estar este tiempo sin publicar nada. Si no hubiera salido el artículo, desde hoy hubiéramos tenido problemas», afirma el investigador, a la vez que lamenta que con más apoyos se podría haber llegado mucho antes a publicar el descubrimiento. » En Harvard, ya estaría yo investigando otra cosa y con otra publicación».

Licenciado en Periodismo. Actualmente en Sevilla Actualidad y La Voz de Alcalá. Antes en Localia TV y El Correo de Andalucía.