Reina ISabel II y Anna Wintour por Yui Mook

Leyendo un editorial del gran Andrés Rodríguez, uno cae en la cuenta de una incontestable evidencia: Lo que no ha pasado aún no se sabe si pasará. Los hombres no son hombres hasta que no dejan de ser imperfectos o escuchan su nombre de labios de una mujer. No obstante, puede decirse que ambas circunstancias son la misma cosa. No somos perfectos u hombres hasta que no descansamos en brazos de la madre tras haber nacido, tras haber salido del claustro materno –que diríamos los juristas-. No somos perfectos u hombres hasta que ella, la cómplice, la partner in crime perfecta, dice sí o dice no, porque hasta una respuesta negativa es bonita y el karma todo lo devuelve. Yo al karma prefiero llamarlo tiempo, pues es el que pone todo en su sitio.

No soy feminista, no tengo por qué serlo. Y aunque, pasados los años, alguien venga a decirme que estoy equivocado o que soy un ignorante, seguiré en las mismas; más si quien me lo dijera es un hombre. Sólo sabría que estoy equivocado si quien me abre los ojos es una mujer. Ellas. La conciencia infinita y la objetividad hecha ser, porque es así, porque sí. Porque son inalcanzables y siempre, siempre, siempre tienen razón. Un soplo de realidad y aire fresco, como el chorro de Floïd de cada mañana que refresca la cara. Como decía –no doy más vueltas-, no soy feminista, no puedo serlo. Por dos razones: no tengo desarrollado complejo de culpa por ser víctima de la casualidad naciendo hombre y nadie soy para enseñar a una mujer a luchar por el futuro que ayer, hoy, mañana y siempre fue suyo.

Antes de que mi admirada Mercedes Serrato comience a infartar, he de confesar que siempre tuve la idea innata en mi cabeza de la evidencia de la superioridad moral y física de la mujer frente al hombre. Y es que, a día de hoy, creo que todo hombre es reflejo de lo que una mujer una vez hizo. Foster Wallace decía de Pete Sampras que se desmaterializaba con cada golpeo y aparecía en otro sitio de la pista plenamente compuesto y dispuesto para un nuevo golpeo. Crecí jugando al tenis mientras veía a Sampras y a un joven Ferrero en el US Open y ya en la madurez leí sobre Billie Jean King y su batalla de los sexos, que por supuesto ganó. Billie Jean King se convirtió en uno de mis iconos por dos razones: el blanco solo le queda bien a ella y jugaba con gafas porque era miope sin complejo ni remedio, y esto último es lo que hace que sea mi heroína, ella y Amelia Earhart, quienes nunca aceptaron un no. No es que no aceptaran un no, es que no dejaban que les dijeran que no.

Toda mi vida se ha regido y se seguirá rigiendo por una creencia ciega en los buenos modales, porque los buenos modales hacen al hombre, y en el convencimiento de no vivir en el complejo de culpa e inferioridad por ser lo que soy. Esto me quedó aún más claro al leer hace pocos días una suerte de manifiesto que pretende ser –o quieren que sea- un nuevo contrato social entre hombres y mujeres (sic). Ya ven, como si los hombres viniéramos de Marte, las mujeres del Olimpo –porque es cierto que de allí vino la primera- y nos encontrásemos a medio camino, aquí, en la tierra, que es un hermoso lugar en el que hay vino, tabaco, gasolina, se juega al tenis, al polo y todos tenemos secretos, y mientras tanto jugamos a hacernos daño amándonos. El libro, o manifiesto, en cuestión trata con desdén todas las estampas o trajes de los que se visten los hombres dibujándonos como seres peripatéticos que vivimos por pena. No digo, por supuesto, que el escribiente esté equivocado, como relato de ficción es acertado; como toda la ficción.

Hoy día, toda mujer llegará donde quiera llegar, y no le será de ayuda aquél que se ‘solidarice’ y se declare hombre feminista, pues estará admitiendo un complejo de culpa que en nada ayuda a las mujeres en su lucha diaria, pues no conocí aún a un solo hombre feminista que proponga más solución que las cuotas y demás medidas de discriminación positiva. Como individuo, liberal y nonchalant, no puedo ser feminista, sino empático. Empático con cualquier mujer que quiera tener como techo el cielo, o la luna, o que directamente no quiera tener techo. La empatía como herramienta para construir, pues el complejo deconstruye y a nada ayuda.

Semanas atrás sonreí mientras veía una foto de dos de las mujeres con más poder –que no más poderosas- en el mundo. La reina Elizabeth II sonriendo junto a Anna Wintour. Muchos teorizan sobre el mal carácter de la soberana más soberana de la tierra y sobre la insoportable personalidad de Anna Wintour. Teorías todo, al fin y al cabo. Cuentan que una llamada de Wintour puede hacer caer la carrera de un diseñador, cantante o actriz si ella no gusta de lo que lleva puesto. No sé si por ello, cada año, Vanity Fair publica el Hollywood Issue, un número homenaje a las estrellas circunstanciales de Hollywood que viene a ser una batalla entre espadas de la fotografía de la talla de Annie Leibovitz, Bruce Webber o Norman Jean Roy. Con los años veo el Hollywood Issue como una suerte de colegio privado de Wintour en el que ella cuida diligentemente que las estrellas no se le descarríen vistiendo mejor o peor de la cuenta.

Lo cierto y verdad es que la magia de la fotografía radica en que ambas sonríen, ríen como si ambas fueran Jefferson Airplane cantando Somebody to love. Ahí están fijas, dos mujeres de las que algunos dicen que son insoportables haciéndose reír mutuamente. Siempre en los relevos generacionales se dice eso de “otro vendrá”, pero ¿quién puede venir después de Anna Wintour? ¿Después de Elizabeth (Sajonia Coburgo Gotha Battenberg) Windsor? Es imposible imaginarse el futuro sin el temperamento y fuerza femeninos. Es imposible el futuro sin ello. Por esto, nada aportamos los hombres afirmándonos como feministas, pues no nos necesitan para ser fuertes afirmándonos como acomplejados con culpa. Eso en nada ayuda. El hombre complementa a la mujer ayudándose uno al otro como iguales, reconociendo siempre la más bella de las evidencias: una mujer es mujer poderosa y fuerte siempre; ayer, hoy y mañana. A los hombres nos hace fuertes la perspectiva del tiempo pasado. Viva la complicidad.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...