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De las pocas certezas que iluminan la mañana una de ellas es que antes los años duraban más. O eso parecía. De pequeños preguntábamos a nuestras madres cómo veían en aquellos años 60: ¿en blanco y negro o a color? Ellas respondían, sin sorprenderse, que todo lo veían a color en una niñez en las que el tubo catódico solo distinguía dos colores: la pureza del blanco y la elegancia del negro.

Rara vez la vida de la Historia en España ha desenvuelto la alfombra roja para rendir tributo a aquellos personajes que fueron imprescindibles para la consecución de ciertos hitos. Por ejemplo, pocos conocen quién fue José Mario Armero. O quien era y qué supuso para el pensamiento filosófico jurídico Bartolomé de las Casas.

Por no hablar de que pocos sabrían distinguir entre Carmen Díez de Ribera y Candice Bergen. Si estos días podemos celebrar 40 años de la celebración de las primeras elecciones en democracia fue principalmente gracias a ella. A ella y a aquél jovencito bien plantado, falangista de uniforme y que desde primera hora se prometió a sí mismo que sería presidente del Gobierno.

Suárez tenía muchas habilidades, entre ellas: darse por saciado con una tortilla francesa, fumar Ducados como si bebiera agua o coronar la portada de la revista Time con una sonrisa que parecía decir, «No se preocupen; buenas tardes, como está usted; vaya usted con Dios, que yo les traigo con mis escuderos la Libertad´´. Así sonreía, como se acompaña al toro en el natural -así me lo confesó en cierta ocasión Urdiales-.

El mismo 20 de Noviembre de 1975 -el día de aquella madrugada de pingüinos en blanco y negro en la televisión- se publicaba en España un libro de Dominique Lapierre titulado Esta noche, la libertad. Así. En una frase Dominique Lapierre definió un siglo entero, el XX. Aquella noche la libertad, y aquellos 70, Suárez y Carmen, y Felipe, Santiago, Manuel, Pepe Mario y todos a la calle a abrazarse como pintó Genovés.

15 de junio de 1977. Como si Lapierre imaginara ya entonces el titulo de otro de sus libros, Un arcoiris en la noche. En aquella obra magna, Lapierre hila la historia de Sudáfrica como quien cuenta la arena del mar con esmero por una sirena y clava con precisión cada momento, encontrando la libertad sentido en una sentencia demoledora de Mandela: ‘Today and here starts the rainbow nation’.

Y los 70 acabaron en España con aquella noche de arco iris que trajo 40 años de Libertad. Podemos decir sin equivocarnos que el mejor síntoma de que la democracia en España goza de salud óptima es que hay gente empeñada en que España no es una democracia. Y es que si. Como humanos inconscientes por naturaleza nos matamos de ganas por juzgar el pasado con los ojos de hoy, como siendo expertos en todo, pero sin serlo.

No. La Transición no fue una miseria intelectual como algunos creen y quieren imponer. Aciertos, desaciertos, perfecciones e imperfecciones, porque eran humanos, porque somos humanos. Yo, que sin mis padres saberlo, me obsesioné con un traje raya diplomática de solapas anchas siempre imaginaba el día en que vestiría ese terno y si quedaría bien. En la retina guardamos aquella imagen de Adolfo Suárez dejando caer su cabeza en el espaldar de su sillón al saber que el proyecto de Ley para la reforma política salía adelante.

Hacia la Libertad, desde la ley, pasando a la ley y siempre por la Ley. No queda otra. Y así fue como a la Libertad llegamos por un hombre vestido de traje raya diplomática de solapas anchas. Una mañana a la semana no puedo evitar sonreír al elegir ese traje para bregar con la vida que mora en un día, porque Suárez una vez iba vestido igual; y así es como la Libertad se pinta, con raya diplomática.

Que bella batalla y fragor libraban los hombres contra sí mismos entonces por llevar a España hacia una situación de plena libertad sin fisuras. El principal aliado era el humo y el fuego. Ahora, con los años, si un genio apareciera con una lámpara, pediría que me trajera a Eva Marie Saint y me contara la historia de aquellas noches de Libertad como en esa escena de Con la muerte en los talones en la que se pierde en los ojos de Cary Grant mientras enciende su cigarrillo. Los dos, ella y yo, sentados en un tren con destino a los azares del ayer. Mientras, la puerta se cierra, amanece, nos vamos y la historia seguirá inmutable.

La historia tiene una identidad enigmática con el amor: las dos virtudes están protagonizadas por fantasmas que mueren y reviven, pero en la historia únicamente conocí dos mozas que murieron mas de una vez y revivieron: mi tatarabuela y la Libertad. Y el azar del ayer tiene sabor a madera de roble y el color de los ojos de Eva Marie Saint mientras me cuenta esa historia que no quiero que acabe: la de Adolfo, Carmen y los demás. Mientras, como escribe Cuartango, todo cambia, todo fluye menos nosotros.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...