En ocasiones toda guerra es consecuencia de no haber medido bien las palabras. Todos los días hay una guerra en cualquier parte del mundo; en cualquier subconsciente andante, y todo se resume a dialéctica.

Más de una vez hemos visto venir, allá en la lontananza, a personas que si se prodigaran en un arte determinado acabarían con él de tan buena maña que gastarían.

El propio Pérez Reverte refutó en más de una ocasión al hombre que hizo de la columna género literario, mientras el segundo estaba vivo. Existe una suerte de respeto de caballeros medievales entre escritores que queda sustanciado en la obligación de criticar mientras el contrario viva. Lo cierto y verdad es que de Umbral se dicen y se decían cosas, buenas y malas; unos que era un simple lector y reproductor de Baudelaire, otros que era necesaria su mera existencia.

La dialéctica no viene a ser otra cosa que tener pelotas. Si, sonará soez. A Jonathan Franzen se le reprocha día si y día también que no sea capaz de escribir -de una vez por todas- la gran novela americana, y si así lo hiciere, acabaría con el género. Y es por esto por lo que nos premia de vez en cuando con sus miles de páginas intentándolo, mientras los ignorantes observan desde la ventana sin ni siquiera escribir un corazón con vaho en el cristal del coche. A Raikkonen se le exigía que ganara, fuera el mejor, y lo que no saben es que Raikkonen es como tiene que ser: la última esencia perdida de los gentleman drivers.

En ocasiones bailamos entre humo y copas vacías con hielo, y es entonces cuando la ignorancia asoma y no queda más remedio que echar unas risas. Por ejemplo, resulta gracioso tanta crítica ciega hacia Pérez Reverte, toda vez que se tiene en cuenta que los mismos outsiders que se rasgan las vestiduras contra el padre de Alatriste no se las rasgan para admirar a Bukowski, lo cual indica que nada leyeron del alter ego de Henry Chinaski en la realidad.

Lo cómico deviene en trágico cuando se plantea alguien la vida y su estudio -el trabajo es un constante estudio- como una propia batalla contra los demás basada en despreciar lo existente. Si, hablo de esa «««`traducción´´´´´´´´ al «andaluz´´ del antropólogo Juan Porras. Nosotros pensando que hablamos castellano con distinto acento, con los cientos de ellos que hay, y resulta ahora que el andaluz es un idioma, un dialecto, una lengua asentada en la que la traducción de año es «añiyoh´´. Qué cosas, El principito traducido a… malagueño, por ejemplo.

Juan Porras parece ser la encarnación del propio Otero Besteiro, quien en el Café Gijón repetía -día si y día también-, «voy a escribir un día un artículo que se va a acabar la coña de Ortega´´. Y llegó el día. Se ha acabado la coña para Ortega, para Aleixandre, Machado, Laforet, Salisachs, Lorca, Lope, Cervantes, Quevedo o Marías. Se ha acabado la coña y empezó el ridículo porque cuesta creer como a estas alturas de la película haya alguien que pueda llegar a creer en el acento andaluz o habla andaluza como un idioma con reglas fijas cuando no tiene ni signos ni ideas comunes y fijas para todos sus hablantes. Pero esto queda en minucia cuando hay que escuchar al `intérprete´ decir que es mejor leer el Principito en andaluz que en finolis. Finolis. Resulta ahora que escribir y hablar correctamente es finolis. El castellano es finolis, culto y no es necesario. Y así plantea batalla este caballero a su propio idioma. Si, el castellano por cierto tiene un sistema de signos e ideas y reglas comunes, por mucho que la propia Real Academia se empeñe en que no cuando cada año se propone quitar tildes y meter improperios en el diccionario, como esa deformación de la palabra albóndiga.

Dicho sea de paso. Hay que agradecerle a Porras que tradujera El Principito. De las tres veces que lo leí ni una sola me dejó de parecer lo que me pareció de primeras: una buena biblia de pagafantas ideal para vivir en la dictadura actual del mundo Mr Wonderful en el que parece que todo nos caerá del cielo. Si Porras hubiera traducido Al este del Edén estaríamos de enhorabuena, básicamente porque su trabajo jamás vería la luz. Se cansaría antes de terminar de leerlo en voz alta.

Así, se puede decir que Porras tiene valor. Bastante. Hay que tener valor para negar que se habla castellano. Por esa parte, es digna de admiración esa capacidad de ir por la vida con una venda en los ojos. Juan Porras no es capaz de ser como Franzen, o como Raikkonen, pero es capaz de una cosa: de hacer que lleven una semana riéndose de los andaluces en el resto de España. Y si, se ha acabado la coña hasta de Otero Besteiro. Con Chaves Nogales no se atreve, le viene grande.

Dicho sea de paso, ando ansioso por ver la traducción al andaluz de La noche que llegué al café Gijón, de Umbral, probablemente el mejor ensayo del siglo XX, o una interpretación andaluza de Madrid, de corte a checa, de Foxá, la mejor novela escrita en Castellano del siglo pasado. 

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...