Cayetana Álvarez de Toledo fotografiada por Caterina Barjau.

No hay ética sin estética, esto es indudable, no así al revés; pues si creemos que puede haber estética sin ética estaríamos abrazando esa máxima de hechos consumados según la cual el fin justifica los medios. La belleza es un concepto conservador, está claro, lo bello no es un concepto voluble o subjetivo, si bien esa subjetividad encierra cierto complejo cuando nos sabemos tributarios de la admiración por algo o alguien que sabemos de sobra que no gustará a los demás.

No entra en la cabeza de esta parte que alguien no pueda ver bello El juramento de los Horacios, de David, o La Eneida de Virgilio. Quien no vea estas dos cosas tal y como son es que no sabe admirar ni recrear. Tras una larga temporada de vacaciones mentales -no así físicas ni formales- en las que tenía que reformular cómo sería esta cuarta temporada con este espacio que el director de esta cabecera y el editor me brindan, ve quien suscribe todo con una mínima desazón, si bien siempre cabe la esperanza.

Desazón por haber acogido entre las manos un libro de estos que ahora llaman «repaso por la experiencia del columnista´´, una amalgama de artículos -antiguos y nuevos- de un columnista de importantes cabeceras que viene a ser un híbrido entre una antología de propósitos vitales y un montón de platos sentados a la mesa frente a una bella jovencita de 18 años que se comerá con los ojos bonitas frases hiladas en las que no deja de recurrirse a Chet Baker y a Bukowski filtrados con el insípido sabor un Dry Martini que no ofende porque está hecho con Coca-Cola Zero, rodaja de limón y que no es Martini.

El libro en cuestión hizo que aparcase una reedición antológica de El día del Watusi, si bien sólo lo aparqué antes de empezar otra de sus partes. Bendita la hora de la equivocación. Navegó uno entre el «Dame sorpresa, regálame vértigo´´, que el gacetillero metido a hedonista con libreta rescata de un boxeador con pluma como es Antonio Lucas, y la eterna promesa del eterno y aburrido verano como cuando uno da vueltas con el coche llegando al Puerto de Santa María buscando dónde aparcar para regalarse al placer de la brisa que ondea banderas enmarcadas en el cielo de una Plaza real que es más que una Plaza: con desazón y hartazgo.

Dicho lo anterior, creo que tales libros sólo pueden y están autorizados para perpetrarlos hombres que lleven por apellido Cuartango o que quieran hilar un libro de relatos en el que con leer sólo el primero ya de ganas de poner el mundo bocabajo tal y como hizo Gistau. Todos somos esclavos de los prejuicios, no nos cabe duda, quien lo niegue miente, y quien lo niegue argumentando niega muchas veces, o lo que es lo mismo: miente compulsivamente.

Una muestra de ello es ese prejuicio disfrazado de idea rompedora pero vestido de complejo que nos lleva a tratar con seda toda información que venga de un medio extranjero. Esa cosmovisión cateta que duerme bajo la premisa patéticamente indiscutible de que todo lo que venga de fuera de España es mejor, como si no fuera cuestionable que el Washington Post dedique un obituario benévolo al caudillo espiritual del Estado Islámico y en la página siguiente despache de forma gris al hermano de Donald Trump sólo por ser hermano de Trump. Porque siempre, siempre, es el quién, jamás el qué.

No obstante, los medios extranjeros encierran a veces historias que no dejan indiferente, sea por banalmente imprescindibles. Años ha leí una columna de Tomás Eloy Martínez en La Nación en la que relataba cómo en  una fiesta García Márquez interpeló a una joven tímida que estaba en una esquina abrumada por su propia soledad en un rincón de aquél salón. Tras dirigirse el escritor colombiano a la muchacha entre susurros ésta rompió a llorar.

Cuándo le preguntaba Martínez a García Márquez por qué preguntó a la joven y por qué hizo la hizo llorar el premio Nobel respondió lacónico, « Nada. Le pregunté por qué se sentía tan sola ¿Acaso has conocido a una mujer de veras que no se sienta sola?´´. Bien podría parecer que en aquella fiesta Patricia Peralta Ramos derramaba sus lágrimas por hechos futuros que aún estaban por pasar, sólo así se explicaría el llanto en aquellos años en los que ni imaginaba que se casaría, en los que ni imaginaba que tendría una hija que soportaría más peso que el que por justicia le está dado a soportar a las cariátides.

Cayetana Álvarez de Toledo aprendió por accidente que su discrepancia es deslealtad en un partido en el que Lealtad significa docilidad, aprendió por accidente que la Libertad de uno mismo queda definida como indisciplina, Cayetana Álvarez de Toledo aprendió por accidente que su pensamiento propio es un ataque a la autoridad en un partido en el que todos están autorizados para sobrevivir y ser fontaneros a cambio de no molestar.

Que los partidos políticos son un mal necesario en democracia se enseña en segundo de Derecho, que la Democracia en España consiste  en conjugar Democracia y Oligarquía partidista antes que garantizar una plena separación entre los poderes claros del Estado como son el Ejecutivo y Legislativo y la Oligarquía partidista es una lección dolorosa que nadie quiere ni pretende saber. El Partido del que era portavoz parlamentaria Álvarez de Toledo ha laminado como nadie el concepto liberal hasta eliminarlo de su ideario, teniendo como única ideología el hacerse perdonar constantemente por su contrario y el ir constantemente a remolque sin más ideología que el centro, o dicho con ciencia: la nada.

Es tan cierto esto si leemos ese eufemismo gracioso en los estatutos del partido azul -ese partido que se disfraza de liberal con la misma risa que ese tío favorito que alardea de puntito por mor del chupito de sobremesa-: «Humanismo Cristiano de Tradición Occidental´´. En Roma los senadores oscilaban entre figuras carismáticas, buenos oradores, gente sobresaliente; tenían auctoritas.

Nadie votó a Catón, o a Cicerón, pero algo mal se hizo si es preferible ser dócil, sumiso, a cambio de ser reconocido antes por la habilidad para la fontanería de partido y capacidad de supervivencia antes que ser reconocido por tener Auctoritas. A Cayetana la fulminan por todo lo que no es y que ellos son. Se va sabiendo irse y descubriéndose ante la sociedad de esta España como algo excepcional, teniendo claro que en el mundo anglosajón abundan las personas como ella: liberales de humanidades de Oxford o Cambridge que repiten mismas consignas y recomiendan mismos autores, y aún así la política española no es sitio para personas corrientemente excepcionales.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...