Ocurre siempre, al margen de lo frecuente o infrecuente, hablamos de la eternidad y la eternidad es por siempre, no algo que ahí queda, porque no es estático y la eternidad enseña, es un paraguas de seguridad. Es una verdad y realidad eterna que es más duro un amanecer que un ocaso, por algo los dioses atlantes –y Dios por omisión silente- quisieron que desde el estuario del Guadiaro se pueda ver el amanecer pero jamás el ocaso, por algo las deidades atlantes quisieron que desde el estuario del Guadalquivir se pueda ver el ocaso pero jamás el amanecer. Todo ello tiene como principal consecuencia la conciencia de que en el Mediterráneo vamos a encontrar el sol naciente, y en el Atlántico todos se sientan a esperar el sol que muere.

No hay diosas en el mediterráneo, no tantas como en el Atlántico, no con esa piel ni esa carita de eterno verano y «adiós´´ envenenado. No hace mucho que leí a quien tengo por un buen amigo que el mar es un Dios de paso, o algo así, no me molestaré en recordarlo, en hacer esfuerzos por buscar si lo que dijo precisamente era eso, tendré al mar por un Dios de paso. Y si el mar o el océano son Dioses de paso, el Guadalquivir al abrazarse con el Atlántico es ese hijo pródigo de un Dios que vuelve a los brazos del padre sabiendo que jamás podrá ser como él. El Guadalquivir siempre encerró ese halo de misterio propio de caracteres atormentados. Observar la tierra que a su paso creció es preguntarse a uno mismo por qué todo.

Wonder. O Guess. Dos formas verbales en inglés que –bien usadas- en el contexto indicado significan lo mismo, preguntare o suponer, suponer o preguntarse, preguntarse o cuestionárselo todo. Las marismas que deja el Guadalquivir antes de dejar la ciudad son esa reina Dido de Cartago que no quiere vivir más cuando Eneas se va, se va o huye, porque el Guadalquivir se termina yendo sin remedio, no queriendo ser mar, siendo mar en busca de algo más grande. Japoneses, civilizaciones perdidas, buenas y malas noticias, mercancías rentables y también poco recomendables… si pudiere enumerarse todo lo que trae y deja un río el símbolo de infinito tendría otro sentido.

Con la edad, aún a pesar de las leyendas y eso que decían cuando el uso de razón era ínfimo, «debajo de esta ciudad hay otra que se hundió´´, la vida de esta parte ha dejado de ser esa letra «S´´ que iba formando el Guadalquivir hasta donde uno quisiera que llegare. Como remero he vivido el conocer que dentro del río habita otra ciudad distinta y vedada a unos pocos. Como corredor he envidiado esa vida que una vez tuve y que aún guardo dentro. Al final he acabado formando una «S´´ entre el estuario del Guadiaro y el estuario del Guadalquivir que siempre que quiero me acaba llevando a dónde sería bonito morir. Porque morir sólo puede uno hacerlo mientras ve amanecer, y es mejor no verlo si no tener la idea del mismo mientras en las playas del estuario del Guadalquivir el río va muriendo en los brazos del padre.

El final del verano va llegando, no sorprende si llega trabajando y gastando tardes en la finca Los Pinos disfrutando del mejor deporte del mundo, uno en el que los hombres sonríen y sufren pero no tanto como los golfistas. «Vente para acá´´, y con tres palabras poco más hace falta para empezar a gastar esa «S´´ que va del estuario del Guadiaro al estuario del Guadalquivir, y sorprende la noche, la noche de un lunes y al anochecer las jóvenes cambian de poderes, mutan en seres capaces de absolutamente todo lo bueno y nada malo; cambian de Diosas a Ángeles, porque un ángel puede más que un Dios y ya en el inicio de la noche de ese último lunes de agosto, al pie del estuario del Guadalquivir, entre copas de manzanilla y mi buen amigo he decidido que es el sitio en el que me gustaría morir o imaginar que voy a morir.

Cualquiera que leyere esto imaginaría que está ante un maldito que tiene ganas de irse, pero nada más lejos, solo que es bueno pensar para dónde hay que preparar el equipaje cuando la hora llegue dentro de unos 60 años, y de llegar, que me sorprenda allí, mirando al sol que aún no ha llegado a besar el oeste. A mi amigo Pablo he de agradecerle muchas cosas, la primera de ellas que me traiga a un francés al que contarle que en los descansos de los rodajes James Dean toreaba de salón, que en el Actor´s Studio le apodaron El Toreador, que vivía soñando el toreo, por aquí y por allá. Contarle a cualquiera que James Dean no fue torero por miedo, por el mismo miedo que uno que suscribe, es algo grande, tétrico, como ese mundo en que vivimos todos los que quisimos sin saberlo ser toreros, aunque esa materia quedó vedada para Cela.

Lo segundo que debo agradecerle a mi amigo morador del París de la Francia es que me enseñara que Welles y Hemingway fueron ellos en España, se emborracharon en España, se odiaron en España, se admiraron en España y creyeron inventarse el toreo en España: uno viviendo en Triana, el otro ofreciendo petacas de Whisky a Ordóñez y luego a Romero. A mi amigo le debo mi obsesión por Hemingway, el haberme hecho de la costumbre propia de leer cada noche la misma página de Por quién doblan las campanas. Parte de lo que soy a día de hoy se lo debo a mi amigo, hijo de torero, y sabedores ambos de que esto jamás acabará, no mientras haya jóvenes dispuestos a quedarse en la eternidad natural y diosas terrenales que admiren la muerte.

Mi buen amigo Pablo siempre me echa en cara que pocas veces lo veo cuando viene de Francia. Lo que él no sabe es que cada vez que nos vemos acabamos mal, como el pasado lunes: siendo felices en la mejor noche del verano admirando los pasos y andares de las jóvenes Diosas que hacen del estuario del Guadalquivir en Agosto un Edén prohibido. Es lo malo de la felicidad, que siempre queremos y deseamos quedarnos admirando la noche que siempre es del día anterior.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...