En la foto Bryan Ferry fotografiado por Justina Rosengren.

Ocurre sin querer, de vez en mucho, leer y mientras se lee caer en el cabreo. El cabreo es como un bizcocho que gusta: se saborea con razón ignorando que la razón está perdida. No obstante, puede que nos ocurra como aquello que canta Christina Rosenvinge, ‘Narciso ahogado en sí mismo se convierte en flor’ y puede que solo quede nuestra linda voz… o nuestra linda vehemencia.

‘No pasó nada en particular, follamos todo el tiempo sin parar, eso si, si es terrorista se entrega más que un hombre cualquiera’, y así María Barranco derribaba los muros entre hombres buenos y malos en Mujeres al borde de un ataque de nervios. En cierta ocasión leímos que es muy fácil dejar de fumar cuando no te gusta el tabaco.

Y es así. Probablemente sea un oxímoron tal pensamiento, una contradicion, incluso una filfa; pero el ser humano no puede ni debe olvidar un imperativo de obrar como si cada una de sus acciones se convirtiera en ley universal máxima a seguir por el resto del frágil género humano.

Fumar es como hacer el amor; fumar es hacer el amor. Hay tantas maneras de llegar a la plenitud que cualquier cúlmen al que se llega no sin esfuerzo es como hacer el amor. Y en esas se está. Cuando se fuma el alma se escapa y se está cerca de la muerte y esa cercanía supone un mínimo de riesgo vital para la supervivencia.

Sin riesgo no se vive, y quien dice lo contrario no ha vivido. Quien resta importancia a todo aquello que escapa de su razón porque no es capaz de entenderlo, vive en una espiral de no ser siendo. No se puede hablar de amor; se debe hablar de amor. Está prohibido ser cursi; es obligatorio llegar al corazón.

Nos da igual si dentro de nosotros hay un ser uno o somos muchos seres -dejemos que el plural mayestático nos tome por sorpresa-.

Nos da igual no gustar; nos encanta no tener razón y quitarnos el sombrero ante la evidencia de nuestra ilustre ignorancia. Todo lo anterior es una evidente dificultad; gustar de carecer de razón. Se sea quien se sea hay que decir adiós a las vanas ilusiones; que ya sabemos dónde se quedan cada noche: a los pies de la cama, junto a la ropa.

Hay veces en que la vida llega, como ese yonki que camina sobre la cuerda floja de la existencia, nos pone una navaja en el cuello y nos dice ‘venga, nonchalant, dame lo que tengas. ¿Ya? Pues ahora cuenta hasta 100 con los ojos cerrados hasta que me vaya o te mato, ya sabes’. Y quedamos despojados de todo aquello que no se ve y que sólo empezamos a valorar cuando ya no lo tenemos, es solo en ese momento cuando lo único que consuela es maquillar y perfumar las desgracias vanales.

He pensado durante estos días de verano que no es verano sobre dos hombres antitéticos, uno un tenista que es elegante por los pasos que no da, pero si por los aguijonazos que lanza con un revés que es tan irreal como la poesía, el otro un cantante británico que es elegante por gastar casi la ochentena y seguir siendo tan maduro como con 20 años; he llegado a concluir que la mujer que aprese a esta parte y tire la llave al mar debe golpear con belleza y veneno, como la poesía, y disfrazar de inmadurez la madurez. Y solo así el amor será amor: una dulce tragedia irreal hasta que la vida llegue con la navaja a desangrarnos la verdad.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...