Aguas de febrero, bellas tormentas de febrero para celebrar que vuelven las voces a las hermosas naves de piedra de Santa María la Blanca, que trocan silentes humedades por chascarrillos de obra y plateas de cascos de plástico.

Pablo Rodríguez. Camina Lázaro radiante entre tanto polvo que las espiochas levantan, que no siempre la obra es malavenida y en este caso era necesaria de veras. Hay quién canta aquello de “volverán las negras viudas el banco de nuevo a ocupar”, sorna del público que la Iglesia sevillana conserva. Sí, la iglesia son ellos, señoras mayores y cofrades de misa diaria, pero en ellos está la vida de los templos, conservadores de joyas arquitectónicas que otras capitales desearían.

Santa María ha tenido suerte. De seguir así, las yeserías se hubieran deshecho como rocas en el desierto y permanecería silenciosa, muda en su agonía lenta de templo sevillano. Como San Román y San Vicente antaño, como Santa Catalina ahora, testigo mudo de la dejadez eclesiástica y municipal. El hogar de los míticos caballos soporta años de abandono absoluto y ahí permanece, con su fachada terroríficamente marcada por el sevillanito que da golpes en el pecho pero no mueve un dedo por las joyas que la ciudad nos dejó.

Como en los 60 con la ciudad de los palacios, Sevilla parece inmersa en un torbellino que la empuja a buscar nuevas modelos mientras extermina implacablemente la belleza que la convirtió en lo que es, la reina del sur. Claro que la ciudad necesita avanzar y no anclarse en viejas historias, pero toda sociedad que destruye su pasado está destruyendo gran parte de lo que es en sí misma. Y mientras las setas crecen a dos pasos, se analizan calles de cara al metro, Santa Catalina espera con su portada gótica a que la crisis escampe, mientras se le multiplican las grietas, las goteras y los charcos.

Sólo espero que el de Santa María la Blanca sirva para que las viejas naves de Santa Catalina recuperen sus sonidos. Ya sea el de las viudas y los cofrades, ya sea el de una cuadrilla de obreros que deslía religiosamente el bocata bajo la bocana de piedra de la iglesia.

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