Grano tras grano, se hace la montaña dice la sentencia; papelillo de mantecao tras papelillo de mantecao hacen la caja de polvorones de un Alfredo Sánchez Monteisirín que ve pasar sus últimas navidades desde el escabel que guarda la Plaza de San Francisco, pulmón de la Sevilla antigua.
No acertamos a saber dónde pasará las navidades, pero se nos antojan difíciles en esta ciudad de los sueños imposibles. Sentado desde el sillón por última vez, con la melancólica caja a sus pies y una tormenta de cuchillos que le vienen desde todos los ángulos. Al fuego amigo de su partido hay que sumarle la policía local, los chicos de TUSSAM, taxistas y bomberos que copan de pancartas el andén de la Plaza Nueva día sí y día también.
Mientras desenrolla lentamente un buen mazapán de soto –así lo imagino- quizás lo veo repasando mentalmente las obras de una ciudad ‘ingrata’. Decían esta mañana por Santa Catalina que Sevilla no ha agradecido que Alfredo nos devolviera el mercado de la Encarnación cuarenta años después, como tampoco recordamos ahora que galopa la crisis el zumbido del metro que durmió otros cuarenta años. Quizás el derroche presupuestario y, sobre todo, la mala praxis en la ejecución de las obras han dinamitado las esperanzas de un político que hubiera podido vivir del rédito otros doce años más.
Pero esto es Sevilla y aquí importa tanto el final como el camino que nos lleva hasta allí. Y así lo dicen las encuestas. El previsible vuelco electoral de las generales, se ha extendido como una enfermedad a los despachos de la Junta y de la ciudad. Hay temor en las filas socialistas y, en la ciudad, el efecto Zoido empieza a hacerse presente aunque a Monteseirín probablemente le importe poco ahora. “Es problema de Espadas” dice en mi cabeza mientras sigue con el polvorón en las manos.
Desde luego Monteseirín no deja un polvorón, sino un polvorín. Una ciudad a la que la crisis le ha echado el guante, que pierde terreno frente a Málaga a marchas forzadas y donde una multitud de proyectos duerme en el sueño de los justos hasta que suenen los clarines de elecciones: las setas, la torre Cajasol, el final del tranvía… No son unas navidades felices, empieza a hacer demasiado frío en los salones de San Francisco.

Grano tras grano, se hace la montaña dice la sentencia; papelillo de mantecao tras papelillo de mantecao hacen la caja de polvorones de un Alfredo Sánchez Monteisirín que ve pasar sus últimas navidades desde el escabel que guarda la Plaza de San Francisco, pulmón de la Sevilla antigua.

Pablo Rodríguez. No acertamos a saber dónde pasará las navidades, pero se nos antojan difíciles en esta ciudad de los sueños imposibles. Sentado desde el sillón por última vez, con la melancólica caja a sus pies y una tormenta de cuchillos que le vienen desde todos los ángulos. Al fuego amigo de su partido hay que sumarle la policía local, los chicos de TUSSAM, taxistas y bomberos que copan de pancartas el andén de la Plaza Nueva día sí y día también.

Mientras desenrolla lentamente un buen mazapán de soto –así lo imagino- quizás lo veo repasando mentalmente las obras de una ciudad ‘ingrata’. Decían esta mañana por Santa Catalina que Sevilla no ha agradecido que Alfredo nos devolviera el mercado de la Encarnación cuarenta años después, como tampoco recordamos ahora que galopa la crisis el zumbido del metro que durmió otros cuarenta años. Quizás el derroche presupuestario y, sobre todo, la mala praxis en la ejecución de las obras han dinamitado las esperanzas de un político que hubiera podido vivir del rédito otros doce años más.

Pero esto es Sevilla y aquí importa tanto el final como el camino que nos lleva hasta allí. Y así lo dicen las encuestas. El previsible vuelco electoral de las generales, se ha extendido como una enfermedad a los despachos de la Junta y de la ciudad. Hay temor en las filas socialistas y, en la ciudad, el efecto Zoido empieza a hacerse presente aunque a Monteseirín probablemente le importe poco ahora. “Es problema de Espadas” dice en mi cabeza mientras sigue con el polvorón en las manos.

Desde luego Monteseirín dejará algo más que un polvorón a su sucesor. Una ciudad a la que la crisis le ha echado el guante, que pierde terreno frente a Málaga a marchas forzadas y donde una multitud de proyectos duerme en el sueño de los justos al menos hasta que suenen los clarines de elecciones: las setas, la torre Cajasol, el final del tranvía… No son unas navidades felices, quizás empieza a hacer demasiado frío para él en los salones de San Francisco.

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