En mi calle la Navidad llegaba con el Puente. El obrador del túnel exhalaba su primer suspiro de roscones de reyes y a las tiendas les crecían carteles hechos con espuma y luces de colores, mientras nosotros pegábamos las narices en el cristal frío que nos separaba de los juguetes que llenaban las horas vacías del colegio.
Pablo Rodríguez. Hace quince años nuestro mundo se dividía en dos tipos, los que tenían la visita de Papa Noël y los que colocaban chupitos de anís a los reyes –para que no dieran positivo en los controles de alcoholemia- y cubos de agua para los camellos. Después discutíamos quiénes eran mejores, si el trío de oriente o el barbudo del frío norte, y los siglos pasaban lentos dentro de aquellas conversaciones en la escalera de la calle porque en la infancia el tiempo se mide en eras.
En casa hacíamos montañas con los papelillos de los mantecaos y el salón se inundaba de cajas con bolas y lazos para el árbol.  Allí nos juntábamos todos para montar aquel belén de figurines de escayola que mi madre acababa de policromar. Después iba el establo coronado de estrellas, la arena, un poco de papel para darle más realismo y las luces, aquellas maravillosas luces rojas. Cuando se encendían, las capas resplandecían y el conjunto adquiría vida propia. Recuerdo haber observado fijamente los gestos de aquellos personajes con la esperanza de advertir cualquier mínimo movimiento.
Ahora que se nos ha sumado uno a la familia, recuerdo aquellos momentos de catálogos, abetos y belenes. Es verdad que las cosas han cambiado un poco. En mi escalera nadie discute ya la enorme dicotomía de la Navidad pero todavía nadie resiste la influencia del escaparate de las jugueterías. Todavía hoy podemos verlos con sus narices pegadas al cristal y los ojos llenos de luces rojas, las mismas maravillosas luces rojas de los siglos de mi infancia.
Aunque Halloween nos ha conquistado con su humor de calabazas, en España todavía no hemos caído bajo la influencia del día de Acción de Gracia. En muchos hogares de la ciudad, el puente de la Inmaculada sigue marcando el comienzo de la cuenta atrás en los sueños de muchos niños que presienten ya la sombra alargada de los tres Reyes Magos.

En mi calle la Navidad llegaba con el Puente. El obrador del túnel exhalaba su primer suspiro de roscones de reyes y a las tiendas les crecían carteles hechos con espuma y luces de colores, mientras nosotros pegábamos las narices en el cristal frío que nos separaba de los juguetes que llenaban las horas vacías del colegio.

Pablo Rodríguez. Hace quince años nuestro mundo se dividía en dos tipos de familia, las que esperaban la visita de Papa Noël y las que colocaban chupitos de anís a los reyes –para que no dieran positivo en los controles de alcoholemia- y cubos de agua para los camellos. Después discutíamos quiénes eran mejores, si el trío de oriente o el barbudo del frío norte, y los siglos pasaban lentos dentro de aquellas conversaciones en las escaleras de la calle de mi infancia.

En casa hacíamos montañas con los papelillos de los mantecaos y el salón se inundaba de cajas con bolas y lazos para el árbol. Allí nos juntábamos todos para montar aquel belén de figurines de escayola que mi madre acababa de policromar. Después iba el establo coronado de estrellas, la arena, un poco de papel para darle más realismo y las luces, aquellas maravillosas luces rojas. Cuando se encendían, las capas resplandecían y el conjunto adquiría vida propia. Recuerdo haber observado fijamente los gestos de aquellos personajes con la esperanza de advertir cualquier mínimo movimiento.

Ahora que se nos ha sumado uno a la familia, recuerdo aquellos momentos de catálogos, abetos y belenes. Es verdad que las cosas han cambiado un poco. En mi escalera nadie discute ya la enorme dicotomía de la Navidad pero los niños siguen cayendo bajo la influencia de los escaparates de las jugueterías. Todavía hoy podemos verlos -vernos- como entonces, con las naricillas pegadas al cristal y los ojos llenos de luces rojas, las mismas maravillosas luces rojas de los siglos de mi infancia.

Aunque Halloween nos ha conquistado con su humor de calabazas, en España no hemos caído en la tontería del día de Acción de Gracias y el viernes negro. En muchos hogares de la ciudad, el puente de la Inmaculada sigue marcando el comienzo de la cuenta atrás en los sueños de muchos niños que presienten ya la sombra alargada de los tres Reyes Magos.

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