La semana pasada os contaba lo que me indigna la situación de mi país sobre todo ahora, viviendo en Helsinki, porque veo que otra realidad es posible. Pero, para qué engañarnos, no todo es de color de rosa y estos finlandeses son, para algunas, azul marino tirando pa´negro. La última: una amiga convertida en ‘homeless’ porque la Policía y un cerrajero jugaron a pasarse la pelota.
A mi me lo estaba contando y no daba crédito. Pobre. Entre bostezo y bostezo intentaba darle algún sentido a la historia. Pero la historia carecía de lógica alguna.
Y, vale, que se podía no haber dejado sus llaves de la casa dentro, eso ya lo sabemos todos. Pero se las dejó. Seguramente si se hubiera levemente imaginado la que se montaría y que terminaría (no) durmiendo (nada) en casa de la vecina esa noche, se lo habría pensado mejor antes de encajar la puerta. Y, seguramente también, no le pasará más viviendo en este país de absurdos.
Muchas veces son tan políticamente correctos aplicando un protocolo de actuación que si algo en el camino se desvía, ‘¡meeec, error, error en el sistema!’ y todo se colapsa.
El problema en España sería únicamente soltar una pasta gansa al primer cerrajero que llamases. Porque explicaciones te pedirá pocas, ¡qué más dará si es tu casa o no, cuando en cinco minutos me gano cien pavazos!
¿Y qué pasa en Finlandia? Pues que llamas al cerrajero y te dice: “perdona, pero no me consta como que estás viviendo ahí, no puedo hacer nada”. Esto…, ¿cómo?, ¿y dónde te tiene que constar?, ¿estoy llamando a un cerrajero…?
El contrato de alquiler está dentro de la casa, como es obvio. Pero el chico, un profesional como la copa de un pino, le dice que no tiene autoridad para tomar la decisión de abrir la puerta y que tiene que llamar a la Policía. Y lo cierto es que, hasta aquí, bien podían aprender algunos.
¿Y qué dice la Policía? Pues que tampoco pueden actuar sin que les llame el cerrajero en cuestión desde el lugar de los hechos.
Aquí y ahora empieza el bucle infinito. El error en el sistema, el colapso: ¡la hecatombe!
“Ni hablar, si la Poli no va, yo tampoco”
“Sr. Poli, Sr. Poli, ¡mira lo que dice éste!”
Pero vamos a ver, señores, que no se trata de cerrajero versus carpintero, o herrero, o lo que quieran acabado en -ero. Que no. Que sois la Policía, el Cuerpo de Policía. Por lo menos un ‘acercaos hasta allí’, ¿no?, ¡qué sois la autoridad, leches!! (con las veces que nos sueltan eso en España, como para no saberlo…)
Y a esto que, después de marear la perdiz entre llamada y llamada, la Polícia accede a personarse. “Hombre, no se va a quedar la chiquilla en la calle esta noche porque no seamos capaces de entendernos…”
¡Coño, menos mal, un poquito de coherencia!!
Coherencia. En finlandés, johdonmukaisuus. A tomar por culo la bicicleta, con una palabra así es imposible ser coherente en este país. Parece que te estuviesen diciendo, ¿quieres coherencia?, ¡pues te jodes!
El caso es que la Policía no se presentó (¿?), pero sí lo hizo el cerrajero (¿?¿?). Se limitó a bajar la ventanilla y soltar un: “lo siento, no puedo hacerlo”, como si tuviese que matar a alguien o estuviese a punto de ponerle los cuernos a su mujer. Chico, qué sólo tienes que abrir una puerta y, mira qué casualidad, ¡ese es tu trabajo! No doy crédito. ¿Y va hasta allí para decir que no puede hacerlo? Muy educado el gesto de personarse, gracias, pero en serio, ¿eso es todo?, ¿para que vienes entonces?
Mira, hacemos una cosa buen hombre. Ya que has venido me abres la puerta y cojo el contrato. Cierras la puerta. Te lo enseño. Lo ves, lo miras, lo revisas, te lo aprendes, te lo estudias de memoria,
¡¡y me dejas entrar de una puñetera vez en mi casa!!
Sí. Digo, no. El tío iba ya por Umbrete…
Vamos, que la chica (no) durmió (nada) en casa de la vecina, que era toda finlandesa ella y vivía con sus cuatro hijos, los cuales se tuvieron que reagrupar esa noche para dar paso a la inesperada huésped.
Quizás esto sea un ejemplo demasiado excéntrico, de hecho lo es. Pero permite hacerte una idea de  cómo suceden a veces las cosas aquí y la imposibilidad que existe de romper ciertos códigos bajo ningún concepto. Los finlandeses son, por lo general, gente muy eficiente, sobre todo cuando se les plantea hacer tareas específicas y dentro de su competencia. Todo aquello que no esté claramente definido o esté al margen de los límites establecidos, puede dar lugar a situaciones tan extravagantes como ésta.
Afortunadamente para todos, que un extranjero viviendo de alquiler se deje las llaves dentro de casa y las copias las tenga su casero que vive cerca de Laponia, no es algo que tampoco suceda muy a menudo.

La semana pasada os contaba lo que me indigna la situación de mi país sobre todo ahora, viviendo en Helsinki, porque veo que otra realidad es posible. Pero, para qué engañarnos, no todo es de color de rosa y estos finlandeses son, para algunas, azul marino tirando pa´negro. La última: una amiga convertida en ‘homeless’ porque la Policía y un cerrajero jugaron a pasarse la pelota.

Marta Comesaña. A mi me lo estaba contando y no daba crédito. Pobre. Entre bostezo y bostezo intentaba darle algún sentido a la historia. Pero la historia carecía de lógica alguna.

Y, vale, que se podía no haber dejado sus llaves de la casa dentro, eso ya lo sabemos todos. Pero se las dejó. Seguramente si se hubiera levemente imaginado la que se montaría y que terminaría (no) durmiendo (nada) en casa de la vecina esa noche, se lo habría pensado mejor antes de encajar la puerta. Y, seguramente también, no le pasará más viviendo en este país de absurdos.

Muchas veces son tan políticamente correctos aplicando un protocolo de actuación que si algo en el camino se desvía, ‘¡meeec, error, error en el sistema!’ y todo se colapsa.

El problema en España sería únicamente soltar una pasta gansa al primer cerrajero que llamases. Porque explicaciones te pedirá pocas, ¡qué más dará si es tu casa o no, cuando en cinco minutos me gano cien pavazos!

¿Y qué pasa en Finlandia? Pues que llamas al cerrajero y te dice: “perdona, pero no me consta como que estás viviendo ahí, no puedo hacer nada”. Esto…, ¿cómo?, ¿y dónde te tiene que constar?, ¿estoy llamando a un cerrajero…?

El contrato de alquiler está dentro de la casa, como es obvio. Pero el chico, un profesional como la copa de un pino, le dice que no tiene autoridad para tomar la decisión de abrir la puerta y que tiene que llamar a la Policía. Y lo cierto es que, hasta aquí, bien podían aprender algunos.

¿Y qué dice la Policía? Pues que tampoco pueden actuar sin que les llame el cerrajero en cuestión desde el lugar de los hechos.

Aquí y ahora empieza el bucle infinito. El error en el sistema, el colapso: ¡la hecatombe!

“Ni hablar, si la Poli no va, yo tampoco”

“Sr. Poli, Sr. Poli, ¡mira lo que dice éste!”…

Pero vamos a ver, señores, que no se trata de cerrajero versus carpintero, o herrero, o lo que quieran acabado en -ero. Que no. Que sois la Policía, el Cuerpo de Policía. Por lo menos un ‘acercaos hasta allí’, ¿no?, ¡qué sois la autoridad, leches!! (con las veces que nos sueltan eso en España, como para no saberlo…)

Y a esto que, después de marear la perdiz entre llamada y llamada, la Polícia accede a personarse. “Hombre, no se va a quedar la chiquilla en la calle esta noche porque no seamos capaces de entendernos…”

¡Coño, menos mal, un poquito de coherencia!!

Coherencia. En finlandés, johdonmukaisuus. A tomar por culo la bicicleta, con una palabra así es imposible ser coherente en este país. Parece que te estuviesen diciendo, ¿quieres coherencia?, ¡pues te jodes!

El caso es que la Policía no se presentó (¿?), pero sí lo hizo el cerrajero (¿?¿?). Se limitó a bajar la ventanilla y soltar un: “lo siento, no puedo hacerlo”, como si tuviese que matar a alguien o estuviese a punto de ponerle los cuernos a su mujer. Chico, que sólo tienes que abrir una puerta y, mira qué casualidad, ¡ése es tu trabajo! No doy crédito. ¿Y va hasta allí para decir que no puede hacerlo? Muy educado el gesto de personarse, gracias, pero en serio, ¿eso es todo?, ¿Para qué vienes entonces?

Mira, hacemos una cosa, buen hombre. Ya que has venido me abres la puerta y cojo el contrato. Cierras la puerta. Te lo enseño. Lo ves, lo miras, lo revisas, te lo aprendes, te lo estudias de memoria, ¡¡y me dejas entrar de una puñetera vez en mi casa!!

Sí. Digo, no. El tío iba ya por Umbrete…

Vamos, que la chica (no) durmió (nada) en casa de la vecina, que era toda finlandesa ella y vivía con sus cuatro hijos, los cuales se tuvieron que reagrupar esa noche para dar paso a la inesperada huésped.

Quizás esto sea un ejemplo demasiado excéntrico, de hecho lo es. Pero permite hacerte una idea de cómo suceden a veces las cosas aquí y la imposibilidad que existe de romper ciertos códigos bajo ningún concepto. Los finlandeses son, por lo general, gente muy eficiente, sobre todo cuando se les plantea hacer tareas específicas y dentro de su competencia. Todo aquello que no esté claramente definido o esté al margen de los límites establecidos, puede dar lugar a situaciones tan extravagantes como ésta.

Afortunadamente para todos, que un extranjero viviendo de alquiler se deje las llaves dentro de casa y las copias las tenga su casero que vive cerca de Laponia, no es algo que tampoco suceda muy a menudo.

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