Han adquirido significado. Estaban ahí, silenciosas, buscando el encuentro o un segundo de protagonismo al deslizar mis dedos por alguna de ellas camino de alguna palabra. Hoy se revelan importantes.

En mi móvil la letra ‘U’ junto a la ‘Y’ salen definitivamente de la caverna para anteceder a los nombres de quienes me acogen en esta tierra. En Montevideo,  el mes de agosto presenta su cara más fría; nada que ver con los cuarenta grados de temperatura propios del verano que dejé aquella mañana en el aeropuerto de Sevilla.

Al cabo de dos semanas en Uruguay, el torbellino del reloj lo arrasa todo e impide que el sol refleje los colores del amanecer en mis ojos.  Las luces y el calor de los primeros momentos de la estancia, arropado por un completo catálogo de internacionales compañeros de intercambio, no eran más que un oasis en el desierto. Mientras el tiempo hace de las suyas. Aún con las maletas hechas, los días siguen fuertes en el pulso de hacer rutina una circunstancia inédita y excepcional.

Capto su modus operandi: acorralado en un hostal, las prisas por llegar al premio de la estabilidad sirven de guía por deshumanizadas inmobiliarias donde pasar intempestivas mañanas de visitas a viviendas. Nunca llegan a ser hogares. En los ratos libres las horas se consagran a una premisa: correr despavorido a los brazos del saber. Las clases siguen su curso. Y mis compañeros de intercambio de la Universidad ORT, que otrora compartían su devenir conmigo, desiertan sin saberlo. Abandonan sin más la inercia al encontrar ese espacio donde sentarse tranquilos a pensar por vez primera en sí mismos; llevar sus alegrías y sus penas. Poner orden… lejos de un hostal.

–     ¿De dónde eres?

Mónica me encuentra en un autobús, quizá espera, silenciosa, que el acento me delate, camino de su quehacer diario. Si el mundo es un pañuelo, Montevideo lo es más. Con sólo tres palabras desencadena un movimiento capaz de humanizar mi búsqueda y liberar al cavernícola de su indeseada rutina inmobiliaria. Indaga en mis últimas peripecias. Hace suya mi causa.  Frunce el ceño, y une su mano y la de los suyos a la mía.

Pronto las vibrantes cosquillas hacen reir más y más a mi teléfono con sus tonos que anuncian buenas nuevas. El cercano y amable ‘UY’ ocupa poco a poco su espacio en el pulso a los días.  Oigo sus cálidas voces con tan entusiasta ritmo, melódico  y particular, casi siento  puedo sentir su aliento… imagino sus caras. Y sé que hemos ganado cuando, al abrir los ojos, estoy en mi habitación. Al fin libre, al fin en casa, en mi nuevo hogar en Montevideo.

Juan Carlos Romero

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