En esta noche obscura y de palabras he encendido un libro contra el miedo. Las intercesoras no vinieron. Nunca han venido, al menos desde este cuarto, y me da la luz de las páginas como una bofetada cargada de reproches. Estoy sola frente a las palabras, las mismas que enciendo y me apagan las horas, y es por eso que no duermo, ni me muero, ni me muerden.

 “En esta noche, en este mundo”, Alejandra Pizarnik. (Buenos Aires, 1936-1972).

Aida Vílchez. Y no es la locura, Alejandra, no es tan fácil como la piedra o la cueva que ya no me pertenece y me duele. Y no es el vacío que intuyes entre las vocales, bicho-aquí-contra-esto-pegada-a-las-palabras-te-reclamo, no es eso sino otra cosa, jugar a las niñas en una librería, mudarte tres veces en un mismo mes, hallar la raíz cuadrada de sus azules o sentir un peso constante en el estómago aunque mamá te cante un “duerme negrito”. Pero no se llora, porque ya soy grande y pongo cuatro alarmas y una que me llevo si me asusto.

Alejandra, este verano por fin no habrá París, ni calor, ni clochards que me reserven sitio en el comedor universitario, sino grandes y pequeñas cárceles, algunas preciosas, otras no tanto. Te perderás el tango en plena Rue de L´Opera, las patatas fritas de Les Jardins des plantes, la máquina de escribir de Shakespeare and Company y el piano desafinado donde lo escuchaba sentada en el sofá rojo, cansada, deseando escapar a ver a los bouquinistes. Pero ya no hay tiempo para París, y no estoy triste a pesar de los puentes y las estaciones de metro.

Alejandra, te he mentido, a altas horas de la madrugada puedo decirlo, que sí que sé llorar, como una niña caprichosa, como papá cuando escribe del mar y se ve pequeñito, como el chico que escuchó “Little girl blue” y se acordó de algo y fue la única vez que lo vi. Pero no estoy triste, sólo es un llanto de libro con viejos conocidos que nunca vendrán, tal vez por eso lloro, por todo lo que es pasado y me he perdido por no dormir.                

Y vos, ¿llorás, Alejandra? ¿O sólo es un llanto de paredes ocres? Yo me pierdo con las paredes ocres, ¿no sabías? Me puede el ocre por viejo, por mentir sobre su pureza, por arrastrar hojas falsas y darme consejos que no entenderé hasta bien pasada la muerte.

Alejandra, no sé dónde acabar esta noche ni en qué mundo añorar a los muertos, pero tengo sueño y eso me arranca los botones de la blusa y me deja helada sin horas ni relatos en mi menor. Y no estoy triste, no estoy triste, no puedo estar triste porque no hay distancia ni fantasmas y qué vértigo sus azules…

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