Nuestro país se encuentra sumido en un mar de sentimientos encontrados desde que se conocieron los resultados de las últimas elecciones.

Por un lado, los votantes de partidos denominados como “tradicionales” se sienten muy satisfechos porque sus líderes políticos han logrado mantener el tipo después de que algunas encuestas indicasen un resultado catastrófico. Por otro lado, estas mismas encuestas han generado unas expectativas muy altas en otro sector de la población que apoyaba un “cambio”, las cuales no se han cumplido y han acabado creando un profundo malestar.

En estos días, he visto muchas reacciones en ambos bandos que, aunque algunas puedo llegar a entender, no las comparto. Y el motivo no es ideológico, sino (en mi opinión) por la falta de perspectiva histórica.

Realicemos un breve recorrido por los resultados de las elecciones generales durante las últimas tres décadas y media. Desde principios de los años 80 hasta 2011, los diputados del PSOE y el PP han ocupado la mayor parte de los asientos del congreso, sumando entre los dos unos 300 escaños de media (recordad que el congreso se compone de 350 diputados). Además, la hegemonía política de estos dos partidos ha sido tan grande que de las nueve elecciones generales que van desde 1982 hasta 2011, ha habido cuatro mayorías absolutas las cuales se han repartido a partes iguales (en 1982 y 1986 para el PSOE; en 2000 y 2011 para el PP).

Teniendo en cuenta estos datos, si te identificas con los partidos “tradicionales”, no entiendo por qué te podrías sentir satisfecho. Los resultados para el PP en estas últimas elecciones son comparables (en términos de escaños) con los de la época de Felipe González y en el caso del PSOE son los peores en la historia de la democracia. Si votaste por los partidos del “cambio” (uso esta palabra porque ellos mismos se han definido así) no deberías estar excesivamente decepcionado. Ciudadanos ha pasado de ser un partido inexistente a nivel nacional a obtener 32 diputados y Unidos Podemos ha contado con el apoyo de cinco millones de personas (que se dice pronto).

Entiendo que los ciudadanos que ansiaban un nuevo gobierno de izquierdas quieran más, pero ¿hay motivos para ese excesivo malestar que he observado en las redes sociales? ¿Tienen razón los que insinúan que los que no votaron en favor del “cambio” son unos analfabetos (políticamente hablando)? Sinceramente, creo que no.

Si por un momento me centro en los votantes de izquierdas, que están más decepcionados con los resultados, puedo entender y compartir hasta cierto punto su desilusión, ya que las altas expectativas generadas por las encuestas no se han cumplido. Sin embargo, este sentir no debería expresarse en duras críticas contra otros conciudadanos o en teorías conspiratorias sobre el recuento de votos, que tan sólo promueven el sectarismo y la división de nuestra sociedad. Nos guste o no, en la España del siglo XXI el ansiado “cambio” tendrá lugar de una forma consensuada y democrática, por lo que tendremos que tener en cuenta a los que piensan de otra forma.

Y algunos dirán, ¿cómo va a llegar el “cambio” si hay que esperar a que casi todo el mundo se ponga de acuerdo? Bueno, dependiendo de lo que entiendas por “cambio” puedes responder a la pregunta de una forma u otra. Para mí,  “el cambio” no implica únicamente un nuevo gobierno ni es algo que pertenece necesariamente a la izquierda. Éste es un proceso dinámico que llevará mucho tiempo y que se manifestará en diversos ámbitos como el político, social o el económico (entre otros).

Actualmente, este proceso transformador está llegando gradualmente a nuestro país con nuevas formas de hacer política, con una parte de la ciudadanía más crítica con la corrupción (les recuerdo que el PP y el PSOE sumaban 323 escaños en 2008, en vez de 222 a día de hoy), con una oposición cada vez más cerca del ciudadano de a pie y, sobre todo, con la conciencia renovada de una parte importante de la población de que una buena política es la clave para el bienestar de nuestro país. Así que dejadme que discrepe con la arrogancia de unos y el pesimismo de otros que abundan en estos días, ya que tras casi 40 años de hegemonía política por parte de unos pocos, “el cambio” ha llegado a nuestro país para quedarse.