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Cada cierto tiempo sucede. Esta última ocasión ha sido por la exposición con motivo del Orgullo LGTBI de la Avenida de la Constitución y las lamentables pintadas homófobas.

La Sevilla reaccionaria, esa parte que reclama ser el todo, vuelve a avergonzarnos delante del mundo. Y algunos ya estamos cansados. Podría ser un caso aislado, podría ser un poso de homofobia que existe en nuestra sociedad. Esto último parece más probable, vistos los comentarios en redes de quienes quitan hierro al asunto, justificando este acto con la boca pequeña.

Ya está bien.

La Sevilla rancia, cuñada, miope, nostálgica, localista, caciquil y parroquiana que se resiste al paso del tiempo y a los avances sociales simplemente porque no encajan con una postal de Julio Romero de Torres ni en una crónica del Siglo de Oro algún día dará un paso atrás y verá que la Historia le ha pasado por encima mientras miraba hacia abajo para contemplar maravillada los adoquines y el albero.

Vendrán entonces los lamentos por haberse convertido en un parque temático costumbrista, perdiendo en el proceso a su juventud, harta de pelear contra un muro, la oportunidad de liderar la innovación del sur y de aceptar que el mundo es complejo y diverso. Y todavía entonces habrá alguien que desde la barra de un bar, con los dedos grasientos por una tapa de pringá servida en un papel de estraza, haga bromas machistas y homófobas enorgulleciéndose de que en Sevilla, patria milenaria de cainitas e hipócritas que predican el amor mientras encienden hogueras, las cosas se hacen como se han hecho de toda la vida.

Por eso es importante esta foto. Porque condensa lo peor de esta ciudad.

Manu Rodríguez Morillo

@manu_corleone