Primera foto oficial de los poetas del 27 en el Ateneo de Sevilla/juntadeandalucía

En los últimos días nos hemos enterado de que Aníbal González será eternizado en Sevilla. El arquitecto regionalista, tendrá un monumento en la glorieta que lleva su nombre y los proyectos de su escultura se expondrán al público sevillano hasta el final del concurso. Y no es que no lo merezca, pues Aníbal González empujó a la ciudad para que físicamente entrara en el siglo XX.  Sino que los verdaderos símbolos de Sevilla jamás la tuvieron.

Ángel Espínola. No tanto por su imperiosa plaza de España, sino por el resto de edificios que construyó a lo largo de su vida, siempre siguiendo un estilo tradicional de nuestra ciudad, Aníbal González tendrá un monumento en Sevilla, cuyos bocetos podrán verse públicamente.

Si bien, siendo merecida esa estatua sin discusión alguna, ¿qué pasa con los demás emblemas de la ciudad?. Paseo por Sevilla y me pregunto dónde estará el Vicente Aleixandre eterno. Pues en su lugar de nacimiento de la Puerta de Jerez, hoy sólo encontramos la sede del Banco Santander. En qué lugar admira Antonio Machado el paso del tiempo en el país cuyo aliento fascista no pudo soportar. No lo hay, no existe en Sevilla.

Por su puesto sus memorias quedarán siempre entre hojas y libros de tapa blanda, inmortales y vivos en el pensamiento de todos. Sus figuras, sin embargo, nunca tuvieron la gloria que tendrá González con su monumento.

Los símbolos de la Sevilla del pasado no aparecen aún entre sus calles. Me pregunto por qué Antonio Machado, ilustración del exilio franquista de los intelectuales  y poeta universal, carece de un monumento, recuerdo siempre insuficiente pero justo. Sí  tienen su busto de grandes dimensiones, cuantiosos toreros de cuerpo entero y cantaores que por cuatro coplas se envolvieron de acero.

Ahora la tendrá Aníbal Gónzalez. El creador  burgués –y siempre al servicio de la dictadura de Primo de Rivera, excepto en los últimos años de su vida- de un estilo tan característico en Sevilla. Un estilo para cuya creación, no pocos autores plantean la hipótesis de que recibió presiones de las diferentes industrias artesanales.

Así, mucho de sus azulejos, ladrillos y materiales en general, fueron usados, más que para crear ese estilo tan peculiar, para rellenar el bolsillo de los grandes negociantes de esta Sevilla de postal y pandereta.

El resultado fue una obra espectacular en los pabellones, por ejemplo, del Parque María Luisa. Pero, como él mismo expuso en la presentación de su proyecto, Aníbal González trabajó en la Exposición del 29 “no sólo con el objeto de conseguir que predomine el estilo regional, sino para favorecer la industria de la ciudad”. Y con ella, la de sus dueños.

Sin estatuas de Cernuda, Machado o Aleixandre

Se merece su estatua perenne Aníbal González. Pero nunca antes que Cernuda, donde su exilio no dejó en Sevilla más que un proyecto incompleto de este poeta homosexual, asomado a un balcón de la Plaza de Molviedro. A este ritmo, parece que nunca lo veremos vestido de hierro esperando aún al malogrado García Lorca.

De Bécquer, otro de los signos de nuestra cultura, apenas tenemos un rincón del Parque María Luisa, siempre habitado por excrementos de palomas y un muladar de motas de polvo que apenas da para invocar su poesía romántica. Una glorieta repleta de coches con prisa, y poco más.

No hay reconocimientos físicos a estos poetas. Ya que Sevilla nunca los trató bien en vida, al menos podría hacerlo tras decenas de años. Tampoco lo tienen personalidades de nuestra cultura como el sevillanista Manuel Chaves Nogales, que apenas ostenta alguna placa en cualquier desconocido callejón.  Premio inmerecido tras llevarse toda una vida narrando las luces de ‘La ciudad’.

Sigan así, que sigan todos los políticos progresistas creando esta Sevilla de cante flamenco, alta burguesía católica, toreros capillitas, almirantes vencidos o pintores al servicio de la monarquía absolutista –véase la figura de Velázquez en la Plaza del Duque-. Que la voz de nuestros  literatos seguirá siendo la verdadera imagen de la Sevilla de otro tiempo, aquella  en la que Sawa, Cernuda, Machado, Azorín, Becquer o Aleixandre, se paseaban componiendo versos que no caerán en el olvido.

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