Paseando por las pasarelas de la arquitectura más vanguardista y estridente de la Encarnación; desde lo más alto de la caída libre de Isla Mágica; por los orificios tallados en los respiraderos de un palio; paseando por la calle Betis de la mano de una erasmus; descubriendo el laberinto judío de Santa Cruz; desde el Azamara Quest surcando la artería fluvial de la ciudad; esquivando peatones con la bicicleta; andando mientras libras ciclistas; en coche oficial de barrio en barrio prometiendo el oro y el moro; con el perro y la flauta en la moderna Alameda; con Sevilla Tour; de paseo en coche de caballo; de sevillanas maneras; con un capirote atufado de incienso; en abril con una copa de rebujito;… y en septiembre corriendo, otra forma más de ver Sevilla.

Eran las nueve y media de la noche, los rayos iluminaban la inmensidad del cielo, la lluvia arreciaba y los corredores de la XXV Nocturna del Guadalquivir ya sabían de sobra que se iban a mojar. No hacía falta un cabildo extraordinario para decidir que 20.000 almas iban a latir por las calles de Sevilla  disfrutándola, quizás, desde una perspectiva tan poética como desagradable, corriendo bajo la lluvia, soportando un diluvio que si no fue universal poco le faltó y descubriendo una forma más de ver Sevilla.

La prueba ha conseguido tal punto madurez, atractivo lúdico deportivo y belleza que es capaz por si sola de superar las inclemencias meteorológicas y, por supuesto, organizativas de las que ha adolecido esta edición. Pero por encima de todo es capaz de sobreponerse a la mercantilización a la que está siendo sometida desde el gobierno municipal.

Primero fue el cobro por la inscripción, extremo entendible en tiempos de crisis donde el dinero público no está para derrocharse en juergas ni juegos, y  ahora la cesión de la organización a El Corte Inglés de la última edición.

Las aportaciones a la carrera de esta empresa han sido la disminución de kilómetros con la que recuperar los participantes que se perdieron con la instauración del cobro por inscripción, un cambio de recorrido discutible en cuanto a estética y funcionalidad -en la que se pierde la entrada al Estadio Olímpico- y una merma sustancial en los servicios ofrecidos al atleta con una raquítica bolsa del corredor que contenía más publicidad que elementos útiles para la carrera.

Quizás este año hayan pagado la novatada y, de momento, la cada vez más decadente organización de la carrera se suple con la ganas de correr porque sí, por el simple hecho de ser uno más entre los 20.000, por el placer de participar en la fiesta más popular de deporte amateur sevillano y por sentir el cariño de la ciudad que pese a la lluvia llenaron las calles, paraguas en mano, para animar a los corredores.

Durante la recogida del dorsal, indignado con la organización pensaba que ésta sería mi última Nocturna hasta que no volviera a ser lo que fue: una carrera de carácter popular alejada del negocio en el que cada día se está convirtiendo el deporte de la ciudad. Sin embargo, cuando apenas quedaban 100 metros para cruzar la línea de meta, observando la grandeza de la Plaza de España, futuro Patrimonio de la Humanidad, cambié radicalmente de opinión.

“Si quiero”, pensé, a pesar de la mercantilización, la decadente organización, las políticas de Zoido, la privatización del deporte amateur… A pesar de todo, la Nocturna del Guadalquivir  se eleva por encima de los intereses políticos y particulares de quienes las gestionan para ser una carrera de los corredores.

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Licenciado en Periodismo. Actualmente en Sevilla Actualidad y La Voz de Alcalá. Antes en Localia TV y El Correo de Andalucía.