Barriendo para casa, una de las cosas que más me impactó en Uruguay es darme cuenta de lo absolutamente tendenciosa que es la información en la prensa escrita española. Esto es algo que más o menos intuimos todas las mañanas cuando vamos al quiosco, pero enfrentarte a distancia con una portada de La Razón cuando uno se ha acostumbrado a los medios de comunicación extranjeros es impactante.

En Uruguay hay cuatro principales diarios, cada uno con su línea editorial, pero comparados con la prensa española tienen cierta flexibilidad en el ámbito de la opinión. Hubo un caso que me sorprendió y se trata del diario El Observador, de corte conservador y uno de los más leídos del país. Hace algunas semanas, con la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario (según la cual uruguayos y uruguayas ya se podían casar con personas de su mismo sexo), El Observador publicó un editorial muy hostil contra la aprobación de la ley titulado “El matrimonio que no es” (13 de abril de 2013), en el que se refería al matrimonio homosexual como “un disparate jurídico, una imposibilidad biológica y una agresión a la vida social ordenada”.

Hasta el momento, esto sería probable encontrarlo en la prensa conservadora española. Es legítimo que un medio tenga su propia línea ideológica y que defienda en editoriales su visión de las cosas, por muy deleznables que nos parezcan algunas ideas. Lo sorprendente vino después, tras comprobar un poco cómo ha seguido El Observador el proceso de aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario. Destacaría tres aspectos que me resultaron interesantes:

En primer lugar, el tratamiento apartidista en los géneros informativos. Todos sabemos que la objetividad no existe, pero un texto periodístico puede estar más o menos subordinado a un proyecto de interés privado. En este caso, las noticias y crónicas relacionadas con la Ley de Matrimonio Igualitario mantienen un tono informativo del que no hay forma de extraer que la dirección del medio está en contra.

En segundo lugar, la cobertura informativa a las protestas del colectivo “Ovejas Negras”, que es el que aglutina a los defensores por los derechos de las personas homosexuales, bisexuales y transexuales en Uruguay. Al publicar informaciones sobre sus actos públicos, El Observador no se ha implicado en valorar negativamente los hechos.

Y por último y para mí más sorprendente: el diario permite a sus articulistas posicionarse no solo a favor del matrimonio homosexual, sino abiertamente en contra de la línea editorial del propio periódico, aparentemente sin represalias. En ejemplo de este último hecho, recomiendo la lectura de la columna publicada por el periodista Gabriel Pereyra en el propio medio titulada “El Observador, matrimonio igualitario y la libertad” (24 de abril de 2013), en la que presume de pertenecer a un medio que protege la libertad de sus articulistas para posicionarse en contra de las ideas de la empresa.

Los medios de comunicación siempre han sido vehículos de ideología. Cualquier forma de comunicación humana es ideológica en tanto que es manufacturada por personas que tiene una forma genuina de ver el mundo. Ello impide la idea de la virginidad periodística, la pureza informativa ajena al interés del que escribe. Siempre habrá una idea detrás de un texto.

Puede ser que el hecho de que tras la prensa uruguaya no haya grandes conglomerados empresariales, como sí ocurre en España, sea un factor que me haga ver mayor libertad en los medios. Quizás si tras El Observador existiera una corporación bursátil con importantes intereses económicos y políticos, la información sobre la aprobación de la Ley hubiera sido agresiva y hostil, al estilo Marhuenda. ¿Cabe la codicia en una empresa periodística sin violar los principios de la profesión?

Personalmente me parece legítimo que los medios puedan posicionarse con libertad para dar explicaciones dispares a los hechos que ocurren en la sociedad, la discusión abierta me parece un hecho natural y necesario en toda sociedad no sectaria. Lo que me parece nefasto para la profesión es que los panfletos supeditados a una gran empresa (empresa económica o política) se autodenominen periodismo independiente. Como el que decide en las portadas de ABC el tamaño tipográfico de la cifra de desempleados, que será mayor o menor dependiendo del color del gobierno. O como cuando la antigua dirección de Público despidió a Ignacio Escolar. O como cualquier información de El País sobre América. O como cualquier cosa publicada en la historia de La Razón. Así no me extraña que la gente no confíe en el periodismo, el sector esté en crisis y nosotros en el paro.

No es que Uruguay tenga el mejor modelo de prensa del mundo, que tiene sus ejemplos buenos y malos. Es cierto que en España el panorama parece estar cambiando con la aparición de montones de medios de comunicación cooperativos que han nacido en los últimos años y están demostrando ser ágiles en el nuevo escenario. Pero los medios tradicionales siguen ahí, atrincherados en una forma vigesímica de ver la profesión y la realidad de un país con trasformaciones sociales explosivas, descompasadas, injustas y frenéticas. Un país que a su vez está empeñado en mantener las estructuras políticas de hace 30 años por más que la realidad diaria se encargue de mostrarnos que son obsoletas. Mientras nada cambie, así de desmedida será la distancia entre la política y el sentir popular. Y entre la prensa y sus lectores.