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Solo quedan dos días para ver a la Inmaculada de Murillo en el Hospital de los Venerables Sacerdotes, o sea, su casa (fin de la exposición el Domingo 20). Durante los últimos tres meses hemos tenido la oportunidad de disfrutar de esta gran obra maestra, esta iconografía que Murillo creara y que se convirtió en un símbolo de la Sevilla barroca.

El lienzo fue pintado por encargo del canónigo Justino de Neve a su amigo, el pintor Bartolomé Esteban Murillo. A su muerte, Neve lo  legó a la Hermandad de los Venerables, que lo colocó donde hoy lo podemos ver. Aquí colgó durante más de un siglo hasta que el mariscal francés Soult lo robara para engrosar su colección personal de arte. Pero no fue solo el invasor quien se disputó el lienzo., así como otras obras de arte…

Murillo fue víctima de su propia maestría, de su ingenio y de su manera de cautivar al público. Durante los años posteriores a su muerte, e incluso todavía en vida, su obra se fue dispersando por toda Europa, adquiriendo una fama considerable. Comerciantes de toda Europa, sobre todo flamencos, genoveses y venecianos, instalados en Sevilla o Cádiz y relacionados con el comercio con América fueron adquiriendo sus obras y vendiéndolas posteriormente en sus países de origen, contribuyendo a la difusión y reconocimiento de su obra en el continente. Luego llegaría la el interés de las monarquías europeas por el coleccionismo, con Murillo como principal y más codiciado autor. Pero fue durante la invasión napoleónica cuando Sevilla sufrió el expolio más lamentable, que además fue doble: el cometido por el propio gobierno invasor para la creación del gran museo napoleónico de Paris, y el que propiciaron los propios generales de las tropas para gloria y lucro propio, entre ellos el mariscal Soult.

La historia posterior de la obra de Murillo siguió la dinámica anterior.  Monarquías europeas (incluida la española) y grandes coleccionistas se disputaron sus obras en subastas y ventas en las que a veces ni si quiera importaba el valor artístico de la obra, solo su rendimiento económico. Una historia de ambición y codicia que daba el prestigio de uno de los genios de la pintura universal, nuestro genial Murillo.

En el caso que nos ocupa, la Inmaculada de los Venerables, como ya se ha dicho fue sustraída por el mariscal Soult para su colección particular y subastada a su muerte. Zares, reyes, museos y coleccionistas de todo el mundo acudieron a esta subasta, entre ellos Isabel II de España, pero el cuadro fue finalmente a parar al Museo del Louvre, donde fue colgado en 1952 y permaneció durante casi un siglo. La venta de la obra superó el montante de los 615.000 francos de la época, que fue la cantidad más alta pagada por un cuadro hasta la fecha. Infructuoso fue el intento de recuperación de la obra para España en esta época, algo que si consiguió el gobierno de Franco en 1940.

Tras la finalización de la Guerra Civil Española la recuperación del lienzo, así como otras obras de arte (Dama de Elche) se convirtió en un asunto de Estado, dado que se consideraban “símbolos de la nación española” (traducido en palabras de hoy día: “símbolos de la gran capital española: Madrid”).  En este mismo año la Inmaculada de los Venerables colgaba en las paredes del Prado, en un acontecimiento patriótico y mediático que fue seguido por la ciudadanía y tomado como orgullo de la nación, su historia y sus artistas.

Difícil de comprender resulta el hecho de que el valioso lienzo no volviera a Sevilla, siendo esta también una ciudad del estado español y la “casa del mismo”, aunque no lo parezca… Pero la respuesta es bien sencilla, eran años de dictadura, el estado de derecho era una utopía y en España solo existía una ciudad a la que había que hacer grande y ostentosa: Madrid.

Lo que no se concibe es que tras años de transición, una transición, a ojos de muchos “modélica”; una descentralización política y solo política; y treinta años de democracia; estos atropellos, cometidos por el propio estado español, no se hayan redimido, o quizás si, al menos en algunos casos. Como ejemplo de reivindicación fructífera tenemos los documentos conseguidos por la Generalitat catalana procedentes del Archivo de Salamanca. Allí hubo empeño político, movilización social e incluso un zapatazo en la mesa de quien fue necesario, pero se consiguió.

En Sevilla carecemos de ese empeño político, aunque nos consta que la Diputación y el Partido Andalucista han hecho la reivindicación dos veces, pero la movilización ciudadana cada vez es mayor. La prensa también ayuda, y mucho, a difundir el mensaje de un hecho histórico lamentable que la mayoría de sevillanos desconocen.

Cuando la gente conoce el caso se enerva, se cabrea y no se explica que el cuadro, perteneciendo al gobierno español, no esté ya en Sevilla; pero a la misma vez asiente, agacha la cabeza y tira la toalla. Nos han hecho creer que somos incultos y vagos, que no tenemos interés por la cultura y que reclamar lo que es nuestro es, a parte de imposible, casi “una locura”. Muchas son ya las asociaciones que reclaman que el atropello patrimonial y artístico cometido por el propio Estado hacia Sevilla sea subsanado, entre ellas la asociación sevillasemueve o recientemente Velazquez por Sevilla. Expertos en arte, doctores y catedráticos han hecho lo propio en artículos, libros y otras publicaciones; e incluso la Hermandad del Museo pidió reciente e infructuosamente la vuelta de una obra de Murillo que posee la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Actualmente, esta, nuestra asociación, tiene abierto una petición de recogida de firmas en la que se reclama la vuelta de la Inmaculada a Sevilla, a la que pueden adherirse fácilmente en su página web. Y es que no es imposible recuperar estas obras de arte, solo es cuestión de voluntad, trabajo y firmeza. Tenemos legitimidad para hacerlo, solo falta que la ciudadanía sevillana, con sus autoridades a la cabeza (Ayuntamiento, Diputación y Junta de Andalucía comiencen a trabajar en ello). La maquinaria social ya está en marcha, la política, hasta ahora no tanto. Al menos en lo que se refiere al partido que ostenta el poder en la ciudad, quien tras las voces que reclaman lo que aquí se describe o la propia moción de Diputación que su partido apoyó aún no ha movido un dedo. Quizás resulte un tanto incómodo reclamar al jefe, pero en este caso hablamos de Sevilla, nuestra Sevilla y su historia, cultura y sus obras de arte. ¿Quien mejor que el gobierno de la ciudad, máximo representante de la misma, para hacerlo?

El pensamiento derrotista, acomplejado e inmovilista que nos ha acompañado durante tantos años parece difuminarse en las reivindicaciones que los ciudadanos hacen suyas, y cada vez más. Algo empieza a moverse en la sociedad sevillana, solo hace falta actuar, a lo que invitamos a la ciudadanía. Como decía el lema de una conocida marca deportiva “Impossible is nothing” (nada es imposible). Un Estado de Derecho, aunque en plena maduración, no puede permitirse estas tropelías en pleno siglo XXI. ¿Veremos alguna respuesta por parte de las autoridades: reivindicación del Ayuntamiento apoyado por la Junta de Andalucía?; ¿Se pronunciará el Gobierno de España y el Patronato del Museo del Prado con respecto al tema? No lo sabemos, y así es así, no sabemos que derroteros nos esperan, pero la propuesta está en la mesa.

Solo por el privilegio que han tenido algunos museos atesorarando durante años estas obras de arte deberían hacer un ejercicio de pedagogía y reflexionar, sobre todo porque todo amante del arte sabe que la Inmaculada de los Venerables, fuera del antiguo hospital de sacerdotes, está descontextualizada, es una obra “despedazada”. Si comenzamos a hablar de legitimidad el asunto daría para otro artículo, pero basta con centrarse en el plano artístico y actuar, para lo que debemos unirnos todos y alzar una potente y única voz.

Javier Marchena

Miembro de la Asociación ‘Sevillasemueve’

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