Benedicto XVI abrió la caja de los truenos antes de cerrar el 2012 al llamar a la feligresía a «luchar» contra la igualdad de las personas que ‘amenaza’ a la humanidad en una nueva cruzada, ésta de carácter homófobo.

“Los homosexuales manipulan la identidad de Dios para adaptarla a sus preferencias, con lo que destruyen la esencia misma de la criatura humana”, afirmó el Sumo Pontífice en la tradicional audiencia navideña celebrada en el Vaticano. Unas palabras en la línea de posicionamientos anteriores que, sin embargo, pasaron desapercibidas para buena parte de los medios de comunicación tradicionales en el relato de la actualidad.

A sus 85 años, Benedicto XVI parece avanzar con inusitada decisión por una vía de autodestrucción de la Iglesia Católica quizá con escasos precedentes en este credo milenario. La actitud intolerante y profundamente reaccionaria ante legislaciones que regulan derechos como el matrimonio entre parejas del mismo sexo o la interrupción voluntaria del embarazo obvia la separación entre Iglesia y Estado que rige en los ordenamientos democráticos. Dejando atrás las sombras del nacionalcatolicismo de la dictadura del general Francisco Franco, España es un país aconfesional con libertad de credo reconocida en el artículo 16 de la Constitución, que establece que ninguna religión tendrá carácter estatal. La religión queda circunscrita a un ámbito inherente a la libertad y a la voluntad de cada persona.

Si hace sólo unas semanas el Papa sobresaltaba al mundo con la «revelación», a dos mil años vista, de que no había estrella fugaz, ni mulas o bueyes junto al Nazareno, la llamada a la feligresía a combatir la igualdad de derechos y la discriminación en función de la identidad sexual puede –no sin motivos- interpretarse como una metedura de pata que la edad de quien la pronuncia no debería servir para justificar.

Sin duda, se trata de un envite a la autonomía de la persona. Es también una incoherencia con respecto al discurso de las Sagradas Escrituras y a la Palabra de Dios que la Iglesia pretende transmitir desde los púlpitos del universo, pues el hombre está hecho ‘a imagen y semejanza de Dios’.

“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se muevan sobre ella”, señala el primer libro de cuantas escrituras conforman la Biblia. Se trata del Génesis, y la cita es textual del capítulo 1, versículo 26.

Desde esta base, cabe interpretar que las palabras del Papa son producto de una animadversión personal hacia determinados colectivos sociales. Y esta animadversión ha llevado a la curia a manifestarse «en defensa de la familia».

La jerarquía eclesiástica que clama en defensa de un status quo con colectivos estigmatizados e invita a una nueva cruzada para preservar a la «criatura humana» en detrimento de una sociedad de personas libres e iguales en derechos y deberes, parece no haber calculado aún el bien que haría a una desequilibrada institución emprender una cruzada contra los abusos cometidos desde el altar. Si, en efecto, el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, algún cardenal debiera aconsejar mejor al dignatario que ostenta el trono de San Pedro.

“A dos centímetros de su meta, la hormiga se detuvo, de nuevo alertada. Entonces, de lo alto apareció un pulgar, un ancho dedo humano y concienzudamente aplastó carga y hormiga”, escribió Mario Benedetti en A imagen y semejanza.

Paradójicamente, el cuento de este escritor uruguayo parece explicar el empeño que muestra Joseph Ratzinger con su dedo inquisidor que, concienzudamente, se dedica periódicamente a “aplastar carga y hormiga”, a coartar la libertad de la ‘criatura humana’, en lugar de iluminar la senda de su feligresía conforme al mandamiento que proclamaba aquello del “amarás a Dios sobre todas las cosas… y al prójimo como a ti mismo”.

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