A Álvaro.

Al contrario que de La Goleta de su hijo, nunca fuimos muy asiduos del negocio de Pepe Peregil. Quizá por eso, me tuve que hacer mayor para que me reconociera como Henares junior y nos saludáramos afectuosamente al encontrarnos con frecuencia por su barrio de Santa Catalina. Al verme, siempre me decía con ese vozarrón que le caracterizaba que “cuándo puñetas iban a hacer a mi padre pregonero de la Semana Santa”.

Debía ser cierto que tenía muchas ganas de que esto ocurriese, porque la noche en que se hizo realidad el nombramiento llamó a las puertas de un Rinconcillo ya cerrado para abrazar con cariño sincero a su amigo y tomar una copa junto a él y los que a su lado lo celebrábamos gozosos. No tardó en irse, pero nos emplazó a continuar la fiesta en su taberna. Los que la frecuentan saben bien que, llegada cierta hora tardía, Pepe mandaba a “cada mochuelo a su olivo” (por decirlo finamente), dejaba de servir tras la barra y se subía a dormir. Pero ese día sería una excepción.

En la fría madrugada de aquel ya domingo 9 de noviembre, Pepe Peregil cerró la puerta de “Quitapesares” y, casi sin mediar palabra, nos lo cedió como si de casa de cualquiera de los que allí pasábamos un rato inolvidable se tratase. Apenas ese grupo de personas y otras muy cercanas conocían esto que hoy les cuento. En esta tarde triste de enero, que ya presiente la llegada de una nueva Cuaresma, no he podido resistirme a hacerlo público, a modo de homenaje a este buen sevillano que se nos acaba de marchar.

La Virgen de las Aguas lo guarde por siempre en ese cielo azul noche en el que pierde su mirada cada Lunes Santo.

Enrique Henares Núñez

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Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, empezó en la comunicación local y actualmente trabaja para laSexta. Máster en Gestión Estratégica e Innovación en Comunicación, es miembro...