Llamar a las cosas por su nombre es una de las prácticas menos habituales en política últimamente. Indefinir, más que definir, es parte de las estrategias de las campañas electorales actuales, que juegan con conceptos vacíos para atraer la atención de cuanta más gente mejor. Mariano Rajoy es un gran experto en estas cosas. Viéndose ganador de las próximas elecciones según todas las encuestas, se está permitiendo el lujo de no explicar su programa electoral. Y de cuando lo hace, desafiar al lenguaje a su antojo.

No es el único que lo practica. Por supuesto, es una cualidad compartida por casi todos los políticos. Pero de él llama especialmente la atención cómo jugando con la ausencia de sus opiniones más personales –ya que no habla con los periodistas ni concede ruedas de prensa—consigue llenar sus escasos discursos públicos de eufemismos erróneos y repetitivos.

El debate que pudimos ver el lunes es un ejemplo de ello. En él utilizó dos tipos de eufemismos distintos. Por un lado, los habituales, menos conscientes y sujetos al directo, que solemos escuchar en los monólogos políticos. “Flexibilidad” para hablar de recortes o su ya famoso en Twitter “insidias”, que utilizaba para llamar ‘mentiroso’ a Rubalcaba.

Pero, por otra parte, estuvo presente otro tipo mucho más peligroso. El consciente y fundamental, que suele utilizar el PP para ciertos temas que le resultan incómodos. A nadie se le escapa que para la derecha, la homosexualidad es algo cuanto menos, difícil de aceptar. Su ambigüedad con respecto al tema es más que evidente.

Tras intentar escaparse de responder las pocas veces que se le ha podido preguntar, en el debate tuvo que desvelar –por fin– su gran receta: las uniones civiles. Unión civil está planteado en la ‘ideología’ del PP –porque ni siquiera está en la campaña ni en el programa– como la fórmula perfecta para contentar tanto a esa base electoral más retrógrada y conservadora, como a la más liberal (donde hay además, muchos homosexuales).

Bajo el argumento de que es el mismo modelo que en Francia u otros países europeos (cosa que es, directamente, mentira) indicó que ésa sería la opción que le parecería más correcta, después de un “los homosexuales… no hablo de este tema”.

Se ampara en que hará lo que diga el Tribunal Constitucional, pero no se da cuenta de que fue él quien puso el recurso, y que si no lo quita, está dejando en el aire su intentona de ambigüedad, ya que la responsabilidad de que dos personas del mismo sexo no se puedan casar no será más que de su partido.

Lo peligroso no es que esté en contra (que también). Eso está sujeto a ideologías, a opciones. Lo peor de todo es que pretenda llegar al Gobierno –y parece que lo conseguirá– con la más oscura de las dualidades, apoyando un término que haga pensar que sí quiere que dos personas del mismo sexo se casen, cuando en realidad lo que plantea su electorado y su ideología es promover la desigualdad, es decir, la homofobia.

Eso es malo porque supone ganar las elecciones a costa –entre otras cosas– de una mentira. Y lo peor que puede haber en política (ya lo estamos viendo denunciado por miles de ciudadanos indignados) es la deshonradez, el engaño. No se puede estar a favor de la igualdad y promover las uniones civiles, que ya de por sí tienen un nombre distinto. Y tampoco se puede jugar con el lenguaje de una forma tan gratuita. Todos sabemos que la igualdad con respecto a este tema no se llama unión civil, se llama matrimonio.

Carlos Orquín

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