francis-segura-31-5-17

Pónganle ustedes ritmo de sevillanas, porque se puede cantar y hoy pega mucho, porque están saliendo las carretas de Triana y de la Macarena, y ayer salieron el Cerro y la Castrense, y mañana sale la del Salvador y la de Sevilla Sur.

Seis hermandades las que tiene la ciudad, aunque una de ellas, saliendo de Tablada, tenga un carácter especial: es la corporación rociera de todos los acuartelamientos de España. Seis hermandades, seis, y de ellas cuatro tienen, ya concedida con todos los honores la Medalla de la Ciudad, ese reconocimiento al que ayer puso voz de speaker mi amigo Cristóbal Cervantes, almeriense y sevillano a partes iguales.

Cuatro medallas, concedidas además por el Pleno del Ayuntamiento, en una tendencia que está poniendo en valor las que se conceden de esta forma en detrimento de las réplicas que han recibido las hermandades desde 1984 hasta ahora. Cuatro medallas concedidas, todas ellas, a partir de 2011, cuando, al variarse el Reglamento de Distinciones firmado dos años antes, empezó a darse la posibilidad de entregar más de diez medallas al año. Fueron primero las del Cerro y Sevilla Sur, luego la de Triana en el Bicentenario de 2013 y ahora la del Salvador, que la estrenará mañana prendida en su Simpecado.

Tiene mucho sentido esta ampliación de concesiones, este mirar todos los años al mundo de las hermandades, sin abandonar el resto de sectores que son reconocidos. Plausibles las otorgadas al profesor Valdivieso, a la presidenta de Cruz Roja Amalia Gómez, al colegio de las Mercedarias o la póstuma a Jacinto Pellón, dentro de ese reconocimiento global a muchos de aquellos que hicieron posible la Expo de 1992. Unos critican y otros alaban esta variedad de medallas, quizás añorantes de aquellas medallas de plata y de bronce, que hacían subir al podio de las valoraciones subjetivas -así a golpe de memoria- a personajes de la talla de Juan Lafita, que se quedó en plata, o la propia Esperanza Elena Caro, que no más mereció la de bronce tras tantos años y puntadas de arte en la ciudad.

Los rocieros de Sevilla hemos tenido mucha suerte. La advocación de la Esperanza y la del Rocío son las más reconocidas a nivel municipal. Sin embargo, entre las cofradías esperancistas tan sólo la Macarena tiene una concedida por el pleno. Quien conoce el trabajo de cohesión y adhesión que precisa una medalla de Sevilla puede poner en valor el reconocimiento que han recibido las corporaciones rocieras, algunas veces apartadas por su «especial manera de ser», y que poco a poco van recibiendo la prenda de sevillanía del cordón carmesí con el escudo de San Fernando (que no es patrón), San Isidoro (que sí lo es) y San Leandro (con méritos para serlo).

Con todo esto, el grupo municipal de Participa Sevilla, y con menos énfasis el de Ciudadanos, hizo ver sus quejas de que no se reconociera la valía de muchos sevillanos que sí merecían estas concesiones. Sin embargo, digo yo que tantas y tantas instituciones que han recibido ya sus medallas, especialmente en estos últimos años, engloban y encuadran a miles y miles de buenas personas, sin distinción de credo ni de tendencia política, que han hecho de Sevilla lo que es y seguirá siendo. Y en los tiempos de las sinergias, cortar esa cadena de transmisión no me parece adecuado.

A la rueda aquellos que han ido promocionando estas concesiones en «rebujina» dispar de personalidades, como dijo ayer el profesor Valdivieso. A la rueda los que piensan que otros las merecen más. Los que la tienen y los que no, van todos en la intención de los peregrinos hacia la Ermita. Sus medallas del Rocío llevan un Nomadejado que no deja a nadie atrás. ¡Buen camino!

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...