francis-segura-31-03-17

No puedo evitar que me canse. Intento que pase pronto, que no me ocupe más tiempo de la cuenta pero por todas partes…aparece el dichoso autobús. Ya no es aburrimiento, ya es una especie de ansiedad mezclada con hastío lo que me produce la noticia de la llegada del autobús de Hazte Oír a cada ciudad por la que pasa.

Imagínense lo que me entró por este cuerpo intolerante a la lactosa cuando supe que había de pasar por Sevilla. No hace más de unos días, y antes de desconectar para gozar de una Semana Santa que veo venir, como siempre, llena de sobresaltos, permítanme una pequeña meditación sobre el tema.

Quisiera alejarme de todo fundamentalismo y, ante todo, respetar las posturas de aquellos que firmemente creen que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva, y también que, aunque cambien los lemas, el sentimiento de su colectivo sigue siendo el mismo; así como las de aquellos que portando banderas y levantando pancartas de odio y esos comemelcoñismos que han dado tanto que hablar han defendido certeramente sus posturas. Sinceramente, aunque debería, no puedo estar ni con unos ni con otros, porque lo primero que tengo claro es que Sevilla siempre ha sabido la medida de las cosas, y nunca le fueron otros radicalismos que no fueran Sevilla y Triana, Betis y Sevilla y así, más recientemente, Macarena y Esperanza de Triana.

Me parece todo fuera de lugar, y por más que me esfuerzo en entenderlo, acabo viendo que tantas polémicas vacías no llegan a ningún sitio. Y mira que yo soy de los que piensa que hay que hacer ruido para que te escuchen. Pero en este caso no termino de entender qué ganan unos y otros. No está en juego ningún beneficio colectivo, no va a aprobarse ninguna ley ni ninguna subvención, ni se va a quitar ningún impuesto (ni el de sucesiones, con la murga que está dando). El autobús de Hazte Oír es un pregón motorizado al que ningún otro pregón quitará voz, y el pregón de lxs muchachxs que le plantaron cara vestidos de mujer, o de hombre o de lo a cada uno le apeteció tampoco se va a terminar nunca, porque ambos, desde la absoluta libertad de expresión de cada uno, tienen foros para expresarse y oídos que les escuchan y obran en consecuencia según lo escuchado y entendido.

¿En serio tiene sentido arremeter contra un autobús y pegarle pedradas y destrozarlo para que no pueda seguir circulando? No nos damos cuenta que, tras la reparación correspondiente y mientras dure la campaña, volverá a salir a llevar el mismo u otro mensaje. ¿En serio tiene sentido tal provocación a aquellas personas que verdaderamente se sienten encerradas en un cuerpo que ha recibido un género con el que no se identifican? ¿Creen los señores de Hazte Oír que todos aquellos que le plantan cara no saben que las convenciones sociales han impuesto, más allá de penes y vulvas, otras muchas limitaciones que cada uno entiende de una forma? ¿Piensan los colectivos de transexuales y otros afines que los de Hazte Oír no saben que van a seguir haciendo lo que les salga de aquello?

Esto es como cuando uno le grita a la pared, cuando la pared intenta hablar y no se encuentra los labios. En serio, díganme que uno tampoco habla en vano, díganme que aunque yo no tenga autobús ni me disfrace por lo menos alguien piensa como yo. ¡Hazte oír, prudencia!, que te necesitamos. Me dan ganas de sacar la rueda de Santa Catalina de Alejandría, pero bueno, eso, seré prudente y sacaré la rueda de reconocimiento de los viernes, que ahora será de los miércoles.

A la rueda los que, desde la provocación, no buscan más que molestarse y hacerse daño unos a los otros. A la rueda los que, desde el silencio operante y el diálogo constructivo buscan, más allá de los lemas, la verdadera integración de las ideas en el ruedo de una democracia que se parece cada vez más a la flacucha del siglo XIX que estudiábamos en Selectividad. Anda, prudencia, y hazte oír, que nos hace mucha falta.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...