Tenía que haberme puesto a escribir. Debía haber superado la crisis de los últimos días y dejar puesta en pie la Rueda con antelación, como le había prometido al director en propósito de enmienda. Me arrepiento sobremanera, porque ahora, cuando debe comenzar el día y todavía ahí fuera ese de noche, no soy capaz de eludir, sobrevolando la Costa Azul, el trallazo de Niza.

La muerte de casi ochenta personas, la gravedad de los heridos, y el ensañamiento del conductor del tráiler blanco, al que todavía ningún colectivo ha reclamado como mártir propio, me hacen imposible desviar la atención y poner los ojos en Sevilla.

Hoy no es que sea #JeSuisNice sino que ahora, todas las ciudades, todos los pueblos grandes y pequeños del mundo occidental son cantones de la propia Niza, porque se vuelve a sentir muy cerca, si es que algún día nadie lo percibió, la amenaza de un terrorismo huérfano que, por no tener padres, impacta más por su desorden y saña. Los nizardos y turistas eligieron el Promenade des Anglais para caminar relajadamente a casa tras la celebración del 227 aniversario de la Toma de la Bastilla. Enfrente, cobardemente refugiado en un camión con juguetes en forma de armas falsas, el kamikaze, fuera del credo que fuese, y sus ansias de matar y de hacer daño.

Tuve la oportunidad, hace días, de leer la novela ‘La sangre de los inocentes’ y mi amigo Curro Jiménez Alcaide me mostraba su interés. «¿De qué va la historia?», me preguntó. «De la radicalidad de todos y la poca hombría de quienes mueven los hilos por detrás», le respondí. No pude evitar imaginarme a los diseñadores de otros atentados con el corazón henchido ante el valor de este «lobo solitario», al cual no creo tan libre de colaboración ajena.

La voz de Marisa Rodríguez Palop, corresponsal de TVE, no sabemos si por un problema técnico o por la verdadera paliza de esta noche, se presentaba temblorosa en las últimas conexiones. Anoche, de nuevo Telecinco ajeno a todo, con sus realitys de pectorales y bikinis. Los canales que eligieron informar, sometidos a la locura de un Twitter que ofrecía falsas informaciones y vídeos de la carnicería humana grabada casi a un palmo.

Otra vez me imagino a los que manejaron los atentados de París, los que estuvieron cerca de la matanza del ‘Charlie Hebdo’ regodeándose de este nuevo triunfo del terror por el terror, del miedo por el miedo, de la sangre por la sangre esparcida a lo largo de dos kilómetros de la orilla de un mar Mediterráneo que une los extremos cada vez más separados de este Occidente y de un Oriente, próximo pero lejos de la mesura y la humanidad que nosotros pretendemos aquí. Me dio mucha pena de ver convertida la bandera de la Unión Europea en un trapillo que los terroristas doblan y arrugan a su antojo, mientras países como Francia lloran su desventura y mantienen, tres meses más, sus garras de león fuera de las pezuñas.

A la Rueda los que siguen luchando cada minuto para protegernos, para aliviarnos, para hacer frente a estas situaciones de rabia y de dolor que nos hacen más débiles, aunque espero que un día nos fortalezcan y entre todos seamos capaces de hacer arados de nuestras espadas. A la Rueda los que se han declarado incapaces de nada más que morir, como si morir fuera lo mejor y más loable.

Habría que decirles que el verdadero testimonio se da en el diálogo y en el respeto, y que no se consigue nada entregando la vida huecamente. Sí, Curro, el mundo está malito, pero los que pueden curarlo o aminorar sus males demuestran con acciones como la de Niza lo poco que están dispuestos a luchar por ello. La paz, hoy, quedó muerta en la playa.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...