francis-segura-20-de-mayo-de-2016

Dice el refrán que nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde. O hasta que es sustraído de forma inesperada o injusta. Vivimos rodeados de comodidades y de lujos y los tenemos ahí, al alcance de la mano, con sólo apretar un interruptor o abrir el grifo.

Eso mismo hice yo ayer al llegar a casa a mediodía, en medio de este verano anticipado y sofocante que empieza a invadir las calles de una Sevilla que, como dice mi amigo Javi Ramírez, “tiene un calor especial”.

Y cuando lo abrí…¡oh sorpresa! no manaba. Se había secado el venero que Emasesa puso un día en lo alto de mi azotea. Comprobé cuidadosamente la correcta domiciliación de los recibos…y no fue por impago. Una estrategia mal ejecutada por la empresa había terminado con las tuberías “más secas que el ajoporro”, causando un trastorno tan grande que me tiene descolocado aún: platos sin fregar, ropa sin lavar, duchándome solidariamente en casa de la familia…en fin, todo lo que conlleva.

Cuando el fregadero estaba a tope después de hacer el almuerzo, cuando ya estaba cansado de cargar con garrafas de ocho litros desde el supermercado de las letras verdes y parecía que aquello era una hecatombe de consecuencias mundiales…me puse a pensar en Venezuela y en la triste realidad de tantos y tantos ciudadanos de un país que quiere libertad y quien puede dársela lo oprime con un extraño lazo de cuerda que se acaba antes si se le llama dictadura.

El racionamiento de comida, desde hace años, ha ido minando la voluntad y el ánimo de los venezolanos. Últimamente, medidas sorprendentes como privar de trabajar a funcionarios e incluso cambiar la hora han hecho que ponga los ojos en ese país tan querido para mí. Hoy, el expresidente Zapatero nos sorprendía haciendo de superhéroe y mediador entre Maduro y los opositores, en un extraño juego diplomático que entiendo que enerve a más de uno. Imagino la impotencia de los que puedan seguir viendo la televisión mientras contemplan cómo juegan con su salud y su felicidad mientras, al modo del imperialismo original, unos pocos se reparten el pastel de las riquezas de un país que no hace más que mostrar su ruina.

Yo me imaginé como estaba: sin agua…pero en Venezuela. En Barquisimeto, que es donde yo quiero viajar para conocer de primera mano el lugar más pastoreño de la tierra. Se multiplicaría el pesar y la desazón que un simple problema con el abastecimiento de agua me provocaba. Pensé en la privación de tantas cosas, de tantos derechos, de tantas necesidades y verdaderamente estimé basura lo que me estaba pasando a mí.

Esta carencia de agua me ha servido para solidarizarme con ellos. Y por eso, hoy saco la rueda fuera de las fronteras y hago pasar por ella a los que están llevando a Venezuela por este camino de espinas, oscura senda que tiene difícil conclusión sin que derrame sangre inocente o se malgasten vidas en vano. A la rueda los que no se ponen de acuerdo, los que no dejan acordar nada y también los que, cobardes y timoratos, no andan los pasos necesarios para dar la vuelta a la tortilla del rábano Maduro.

A la rueda los que lo están pasando mal, los que tienen hambre y sed de justicia y no se visten de chándal tricolor. Los que lo están padeciendo, los que están firmando con miedo de ser acribillados y los que no van a parar hasta que la victoria sea la de la libertad y de la democracia. Hermanos de Venezuela, la luz está al final de ese túnel. Una simple avería de agua hace pensar que el mundo se viene abajo. Pero, pensando en vosotros, me hago fuerte y me propongo resistirlo todo con vosotros.