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Supongo que no soy el único que anda desconcertado con la noticia de uno de los últimos casos de violencia de género (se dan constantemente; nunca, por desgracia es el definitivo).

En esta España acusada de división y desmembración aguda, todos hemos vuelto los ojos hacia Álava, donde un cruel maltratador ha cometido la doble brutalidad de faltarle el respeto a una mujer dos veces. Pero una de ellas, a mí y a toda España, nos ha dolido bastante.

Supongo que no ha sido el primero, y de nuevo, no será el último, que se atreva a rebasar la barrera de la dignidad con una niña tan pequeña. Pero es que son solo diecisiete meses, sólo ha podido cumplir año y medio, ni siquiera eso, porque un salvaje le ha robado la vida. Tuvo valor el susodicho para, después de ser cazado cometiendo tan grave ofensa…¡arrojar a la niña por la ventana! Y después enzarzarse alevoso con la madre de la chiquilla, que se defendió como pudo ante el daño más grande que puede sufrir una mujer: que alguien ataque a su hij@, y más de la forma que este individuo lo hizo.

Es evidente y de perogrullo: no se le puede perdonar, no se le puede disculpar. Pero más aún me duele saber que una mente destinada a la belleza de la música, instrumentista de tan dulce máquina de melodías como es el saxofón, haya sido capaz de pervertir su vocación hasta llegar a este extremo. Sí, me dolió, porque yo había escuchado decir que los saxofonistas eran los mejores amantes. Piensen en la forma de estos instrumentos: el músico abraza y besa al instrumento y, insuflándole vida, le hace cantar, reír, llorar…

A D.M., paisano nuestro, sevillano, yo le pediría que vuelva a donde su formación y su aprendizaje le llevó. Que se centre en eso. Que recuerde aquellas horas que invirtió sacando del instrumento lo mejor de sí mismo, lo mejor de su vida y de su arte. Ahora, ha recibido el golpe duro de la cárcel, de la opinión pública, de una fractura con ese mundo que con 30 años sigue como recibiéndonos todavía con los brazos abiertos.

En mi rueda de reconocimiento, te reconozco, compañero, tu valía y tu profesionalidad. Pero en mi rueda también reconozco que has rebasado las fronteras de lo que debe ser una persona de bien. Habrá muchos que no lo hagan, pero yo estaría dispuesto a darte una oportunidad. Ama a tu saxofón y regresa a lo que fuiste. Una mala nota puede darla cualquiera, pero la vida es un arpegio que, a pesar de las variaciones, acaba siempre en la tónica. Respira, sopla de nuevo y reescribe esta partitura tropezada. El último compás es cosa tuya.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...