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Mañana tengo una cena de navidad. Sí, eso que hace la gente ahora en Adviento de reunirse y comer hasta no poder más, y beber hasta tener que comer, y así hasta el infinito y más allá.

Tengo una cena, y resulta que he perdido la costumbre. Cuando era pequeño, mis amistades, mis círculos, mis amigos más íntimos, nos reuníamos en cenas llenas de afabilidad y alegría, y cantábamos y hacíamos sketchs que obligaban a cerrar el garito en cuestión para no perder la reputación o no hacerle perder clientela al pobre mesonero que tenía a bien hospedarnos en su casa (y el mesonero ingraaaato, el del villancico, ese día no vino).

Bueno, que mañana tengo una cena. Que ha sido preparada concienzudamente por el líder espiritual de la reunión, de una gran familia de profesionales que, unida por una misma causa y por unos colores (blanco, negro y gris) quiere de esa forma cerrar un curso y empezar otro. Un curso, un año, en el que hemos cambiado de timonel y en el que yo he tenido la suerte de enrolarme, como antiguo marinero, con lo puesto y un jergón de palabras para echarme la siesta cada viernes por la mañana (no esperen de mí comportamiento razonado).

Voy a la cena bien acompañado, con la serenidad que aporta saber que quien te lleva de la mano puede comprender las divertidas hazañas que de un grupo tan variopinto puede devenir. Como he perdido la costumbre, voy abierto a nuevas experiencias. No me han dicho si hay amigo invisible, pero mejor así, no sea que venga la muchacha que está en paro con la madre y la liemos. Mejor amigos visibles, de esos que parece que no están, pero llenan la vida con una nota de audio, en la que poder despachar los asuntos más importantes que vienen ocurriendo en las vidas.

Tengo una cena de navidad, y a ustedes les parecerá de lo menos interesante que hayan leído en esta rueda, pero me da la impresión de que España en estos días se construye a base de cenas de navidad. Y como hay tantas cenas navideñas como personas o grupos, seguro que las percepciones y las vivencias son bien distintas. Decía yo al principio que lo de las cenas de navidad, en mi entorno, dejó de estar de moda para ganar preferencia y adeptos los aperitivos navideños, más económicos y dinámicos, en los que al final siempre alguien me acaba pidiendo que me siente para que no me mueva tanto. ¡Un rollo!

Por si acaso se me había olvidado, y a ustedes (creo que no), me recuerdo y les recuerdo que mañana tengo una cena de navidad. Como muchos de los que leen, que tampoco saben qué ponerse, habrá a quien le apetezca mucho, y habrá quienes vayan por mero compromiso. Están las cenas de navidad con consorte y sin consorte, con lista cerrada y lista abierta; están las cenas de manteles planchados y las de rollo de papel y vasos de plástico. Pero en todas, lo que debe reinar es la intención de acercarnos, de conocernos, de tratarnos…porque muchas veces la relación entre las personas es un mero trámite adminitrativo de SEND y TUIT que asusta y hace perder lo que de personas tenemos.

En mi rueda de reconocimiento, aquellos que irán a esas cenas con el corazón abierto hacia ese mequetrefe que te hace la vida imposible. En mi rueda también, aquellos que llevarán el alma hecha un gurruño, y por mucho que le brillen los tacones y la pajarita, seguirá estando de más en medio de la reunión. Cena de navidad, y cena de reflexión. Mañana lo pensaremos, y el domingo votaremos. Y en la cena saldrá la conversación. Y está bien que no lo tengamos decidido, o que estemos tan seguros como de que ha de amanecer y oscurecerse el sol. Pero vayamos seguros a ser felices.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...