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«Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche». En efecto, es de noche, pero cuando se conoce bien por qué se habla, y por qué se eligen ciertos temas, no importa la oscuridad, porque se trae mayor luz al comentarlo que la tiniebla de la que manan otras aseveraciones más queridas, y en otro momento más temidas.

Confieso que no podía esperarlo. Y que me supuso un sobresalto, no porque no confíe en su capacidad, que sé que hay longura y quilates de valía, sino porque no aguardaba yo que ese nombre y esa encomienda andaran unidas en estos lares, que son los más amados del universo para él, y en estos tiempos, que lares y tiempos, de otra forma, son inseparables para las antiguas leyes de la física.

Prometo que he tenido que acudir a la fototeca. Porque en aquel momento uno no era quien es ahora, y si lo vio pues no prestó la atención suficiente, ni seguro lo miraría con los ojos de ahora. Sí, puse en Google «cartel fiesta primavera Sevilla 2000» y se me presentó ante los ojos la ternura de un trazo inacabado que ahora sigue siendo su seña de identidad. Decían los Presuntos Implicados «cómo hemos cambiado, qué lejos ha quedado aquella amistad». En efecto, había quedado lejos pero la esencia de las cosas había permanecido inalterable.

El cartel del 2000 también fue pintado por Ricardo Suárez, como el de 2016, para lo cual ha sido designado por la Delegación de Fiestas Mayores, que, en la persona de Juan Carlos Cabrera ha tomado, visiblemente, una de las primeras decisiones vinculadas con los días grandes, en los que en Sevilla se acaban las ideologías y se hace la total separación Iglesia/Estado y en lo negro de las mantillas se adivina el brillo del crespón, y así todo está mezclado, lo divino y lo humano, y nunca nos atrevimos a quejarnos, como últimamente parece que suena, y no por casualidad como la flauta.

Y hablando de flauta, Ricardo, no te ha hecho falta coger la flauta para convencerme. Es más, que yo levante estas palabras para hablar de ti intenta decir mucho del empeño que pongo cada día en el civismo y en la buena voluntad de los que compartimos este tesoro, para unos antiguo, para otros abierto al futuro.

No se me paran los pulsos, como a la de la copla, si te dejo de querer, porque bien sabes, maestro, que nosotros ni nos hemos dejado de querer ni nos hemos querido nunca. Hemos andado ahí, en una fútil e inconsistente pelea y discusión, sin habernos dado nunca la cara, pero sin que se nos olvide la cara con que cada uno hemos visto y contemplado la realidad más hermosa que tiene Sevilla, al menos en su barroca estampa: lo bonito de que alguien te llame el teléfono y te diga «has sido designado…»

Ya estamos desempatados, Ricardo. Ya me llamaron a mí, y han vuelto a buscarte para llevar a cabo que ya desempeñaste. Y aunque la norma dice que es imposible, algunos dijeron en su tiempo que a mí volverían a llamarme. Sea como fuere, has recuperado esa experiencia, que en su tiempo nos separó y ahora intenta unirnos.

Yo no te voy a hacer la guerra, como te gusta hacérmela a mí, porque antes que nada, sin ver, confío en tu trabajo, por muy lejos que estemos en el mundo de las ideas. En mi rueda de reconocimiento, por un lado, los que te adulan sistemáticamente. Por otro, los que te critican sin más pensar que se ha nombrado en mitad de la tertulia a Ricardo Suárez. Sabes que no te lo tengo en cuenta. Y que me alegro sobre manera de este nombramiento que has recibido. Por eso pongo en mi rueda los laureles y las críticas de aquellos que, sin pensarlo, te aplauden, y los que, sin más, denostan tu trayectoria, que tiene quilates que no pueden ignorarse.

Bien sé yo la fuente, aunque sea de noche. Pero mientras escribo ha amanecido. Que al final de tu pintura sea la luz donde podamos mirar una claridad que, como a los amantes en secreto, lleva separándonos desde aquel día en que nos pusieron, de forma especial, a las plantas de Sevilla.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...