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El pasado verano tuve la oportunidad de visitar el Capitolio en Washington, la sede del Congreso y del Senado de los Estados Unidos. Más que para conocer una pieza esencial en la historia del país norteamericano, la visita me resultó clave para poder identificar en el discurso oficial estadounidense todo lo que las instituciones europeas no cuentan de nosotros mismos.

Es bien cierto que nuestra trayectoria no es comparable a la de EEUU: para empezar, ni somos una nación; ni compartimos un mismo idioma o una misma cultura; ni tan siquiera, a veces, un mismo proyecto. Pero quizá habría que destacar lo poquito qué nos une por encima de nuestras diferencias, como los servicios de propaganda del congreso estadounidense priman en su vídeo de presentación los logros conseguidos por la cámara y ocultan fracasos como los de Vietnam o Irak.

Al salir del edificio, un enorme parque dirige al visitante hacia más emblemas identitarios: la Casa Blanca hacia un lado, los monumentos a Washington y a Lincoln hacia el otro. Y, de nuevo, uno no puede evitar caer en la comparación: ¿Por qué no hay en Bruselas un enorme monumento a la figura de Robert Schuman, uno de los llamados padres fundadores de la UE, del tamaño de la escultura del abolicionista norteamericano? O en Madrid, o en Sevilla, o en cada ciudad de esta tierra compartida. ¿Por qué no un gigantesco mural con la famosa Declaración Schuman grabada en él? Quizá palabras como carbón o acero no queden tan bien en piedra como libertad, pero con más de medio siglo de historia, creo que hemos tenido tiempo para pensar en otras más adecuadas.

Mención aparte merecen nuestras fiestas patrias europeas. Solo en Sevilla contamos con todo tipo de días festivos: desde los religiosos, como el Corpus Christi, hasta los laicos como el miércoles de Feria. ¿Por qué no lo es el Día de Europa? Se hace difícil pensar que los líderes europeos no fueran capaces de ponerse de acuerdo en algo tan simple como declarar el 9 de Mayo como no laborable en toda la Unión. Un Día de San Schuman, como decimos los eurofriquis. Pero ya sabemos que la Europa actual puede ser a veces más de derribar puentes, aunque sea de los calendarios, que de tenderlos.