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He tenido la suerte de tener siempre muy buenos mentores. En cierta ocasión, como tantas otras veces mientras trabajaba en la redacción de un medio de comunicación local, sonó el teléfono. Era la alcaldesa de un pueblo pequeñito, que llamaba muy indignada y preguntaba por la persona que había hecho pública cierta información que le concernía: un tiroteo en las fiestas patronales.

Cuestionaba la regidora municipal que solo se hablara de su población en los medios cuando surgía una mala noticia, y que, sin embargo, no se hiciera el resto del año, cuando, a su parecer, su pueblo lucía espléndido y era apto para el turismo. La respuesta de mi referente, desde ese momento, fue magistral: “Por fortuna, que se dé un tiroteo en la feria de un pueblo es algo excepcional; si fuera algo normal, no sería noticia”.

Algo parecido sucede con las informaciones relativas a la Unión Europea. Dada la lejanía física y empática que muchos de los ciudadanos sienten hacia las instituciones europeas, esta es aprovechada en ocasiones, tanto por políticos afines como detractores del proyecto europeo, para intentar hacerlas focos de nuestras iras.

En su defensa, los dirigentes y portavoces europeos suelen alegar siempre lo mismo: son estos políticos nacionales, y los medios de comunicación de cada Estado miembro, los que se dedican a difundir toda suerte de malas noticias relativas a la Unión Europea. En lo primero no les falta razón: el alcalde le echa la culpa de lo que le pasa a la Junta, la Junta le echa la culpa al Gobierno central y este, a su vez, a la Unión Europea (a no ser que alguno, que lo habrá, quiera culpar a la ONU de sus desgracias). Pero matar al mensajero por hacer su trabajo no parece ser la mejor opción para excusar que otros no están haciendo bien el suyo.

Que la Unión Europea legisle para mejorar la eficiencia energética, la cooperación al desarrollo, las infraestructuras de los Estados menos favorecidos o la financiación de las pymes no debería ser noticia. Su cometido no es otro que ese: hacer mejor la vida de los ciudadanos que, a través de sus representantes políticos, decidieron unirse en torno al proyecto europeo. Pero, cuando miles de personas de otros países se amontonan sin amparo a las puertas de Europa huyendo de la guerra, y otros tantos de nuestros ciudadanos sufren las consecuencias de los recortes que nosotros mismos nos hemos impuesto por estar en el club europeo, parece que algo falla. Y espero que ese algo sea una excepción que merece ser noticiada, explicada y solventada, y no la norma. La Unión Europea debería poner el foco en evitar las malas noticias, y no en promocionar las buenas con subvenciones millonarias.

Suele decirse que la Unión Europea es un milagro; uno por el que hemos llegado a recibir un premio como el Nobel de la Paz por el mero hecho de no habernos matado entre nosotros en 50 años. Quizá va siendo hora de dejar de considerar esta gloriosa situación como algo normal, y no como algo noticiable.