Existe una presión social permanente para que decidamos a qué nos queremos dedicar. Desde que somos muy pequeños nos ronda por la cabeza la cuestión: “no sé si quiero ser futbolistao médico…o astronauta”.

Todos contamos con diversas competencias para llevar a cabo determinadas tareas. Además, suele ocurrir que al menos algunas de esas capacidades coinciden con aquellas actividades que más nos atraen. La cuestión es que desde que tenemos uso de razón nos meten en la cabeza que tenemos que elegir una profesión bien delimitada a la que dedicarnos el resto de nuestra vida, y eso no tiene por qué ser así.

La presión que recibimos en la infancia, en la adolescencia, e incluso en la edad adulta (si se da el caso de que no tenemos perfectamente encauzada nuestra carrera profesional) produce el efecto contraproducente de que, no solo nos vemos a obligados a descartar infinidad de opciones por el dictamen de que debemos optar por una sola profesión, sino que, en tal encrucijada, resulta verdaderamente complicado descubrir qué es lo que verdaderamente deseamos hacer.

En otros sistemas educativos, como el americano, los adolescentes tienen la posibilidad de estudiar materias muy distintas incluso durante la realización de sus carreras, pero en España tienen que ir descartando áreas de conocimiento desde bien pequeños, y finalmente, con tan solo 18 años (o menos), se ven en la posición de tomar una decisión que limita el desarrollo de sus competencias y el aprendizaje de muchas de las áreas por las que se sienten atraídos.

La mayoría de los adolescentes se sienten perdidos en el momento de tomar este tipo de decisiones y, si no cuentan con una ayuda profesional que contrarreste la presión que reciben y les ayude a encontrar su camino, es muy difícil que atinen en una elección que integre el desarrollo de sus competencias y aquello con lo que más disfrutan.

Debemos ser conscientes de que este tipo de limitaciones son externas a nosotros mismos y de que el autoconocimiento es un proceso permanente que no ha llegado a su fincuando cumplimos la mayoría de edad.

Hay que saber que el mundo es amplio y no se termina en el momento en el que tomamos nuestras primeras decisiones, que todos tenemos derecho a seguir investigando qué es lo que nos interesa y cuáles son nuestros talentos.

Ninguna decisión es irrevocable y ningún camino tiene que suponer que se abandonen los demás. Darse tiempo para lograr convertir algún día nuestra vocación en nuestro trabajo es un lujo por el que merece la pena luchar porque, como dijo Confucio: “encuentra un trabajo que te guste y no volverás a trabajar ni un solo día de tu vida”.

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