Obsesión con un examen. Obsesión con una persona, o con la idea que nos hemos hecho de ella. Obsesión con no tener que enfrentarse a la soledad. Obsesión con que algo funcione. Obsesión con aquel error. Obsesión con ese puesto de trabajo.

No creo conocer a alguien que no haya probado el sabor de la obsesión. Hasta la persona más aparentemente indiferente suele guardar en el bolsillo alguna historia que sigue invadiendo su cerebro, o abraza diariamente alguna manía estúpida que es incapaz de soltar.

Muchos autores, especialmente psicoanalistas, han dedicado extensas teorías a este asunto. Las obsesiones que nos llegan a producir malestar pueden llegar a enfermarnos, incluso físicamente, produciéndonos fuertes dolores de cabeza o contracturas musculares, por ejemplo. Esta es una de las razones por las que conviene revisar si hay alguna obsesión que está machacando nuestra mente, para poder hacernos dueños de ella y que no acabe machacando también nuestro cuerpo y nuestra vida.

Decía Marilyn Monroe que toda mujer conoce sus límites, pero que una mujer inteligente sabe que no tiene ninguno. Yo creo que los únicos límites que tiene una persona son los que se pone ella misma. Pues bien, nuestras obsesiones son generadores automáticos de límites para nosotros mismos; os lo voy a demostrar remitiéndome a las obsesiones de las que he hablado al principio:

Ese examen no es tan importante. No es una cuestión de vida o muerte, tiene solución. Hay más oportunidades e infinitas cosas de provecho que hacer entre medias (incluso otros millones de exámenes de cosas interesantes a los que presentarse). Además, cuanto más piense una que no va a mantenerse en equilibro en las vueltas de ese examen de ballet, más se distraerá de su objetivo, que no es otro que aprender a sostenerse y punto.

Esa persona fascinante y única… ¿en serio?, ¿cuántas personas hay en el mundo? ¿A qué porcentaje conocemos? Disney y Shakespeare solamente nos brindaron de un modo brillante la tentación de no cambiar nuestras vidas y de no abrirnos al mundo, que ya sabemos que ambas cosas dan miedito. La soledad, ¿qué es eso? En fin, todos estamos solos y, a la vez, nadie lo está.

Empeñarse en que una cosa funcione, cuando resulta evidente que no es así y uno ha hecho todo lo que ha considerado que quería hacer por la causa, es una de las mayores limitaciones que existen. Enjaularse uno mismo por empeño es una verdadera pérdida de tiempo y de oportunidades que Woody Allen exhibe a la perfección en su película ‘Whatever Works’; la recomiendo, es un ejemplo de las posibilidades inimaginables de las que uno puede disfrutar si se atreve a salir de la jaula de su obsesión.

En cuanto a los errores, ¿hay algún modo mejor de aprender para un humano que equivocándose? Así somos, solamente hay que centrarse en dejar de torturarse y abrir el regalo que nos ofrece cada tropiezo.

Y, finalmente, en cuanto a los puestos de trabajo, en estos momentos en los que mucha gente anda buscando el suyo o uno mejor que el que tiene, enfrentándose a entrevistas y demás, os contaré una anécdota personal: hace un tiempo, me obsesioné con un puesto de trabajo para el que tuve que pasar diferentes pruebas de selección a lo largo de tres meses.

Gracias a esa situación, perdí un tiempo valiosísimo que podría haber dedicado a aprovechar algunas de las tantas oportunidades, iguales o mejores, que descubrí que existían en cuanto dejé de limitarme por este empeño. Por si fuera poco, me llevé, como obsequio de mi cerrazón, una buena contractura y el consecuente dolor de cabeza. Practiquemos la apertura mental en todos los ámbitos, merece mucho la pena esa liberación.

“Los pensamientos obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira, un fuego que sólo podrá extinguirse contemplando las cosas desde un punto de vista diferente” (Daniel Goleman)