Algunas veces nos topamos con la fastidiosa idea de que “no se puede tener todo”, al menos no a la vez. En estos casos, tenemos que elegir una opción. Esa sobredosis de, en el fondo, libertad, puede llegar a colapsar nuestra mente e impedirnos así tomar un camino (recordemos a la Alicia de Lewis Carroll completamente aturdida ante las múltiples sendas que le presentaba el gato).

Hace un año y medio, cuando todavía trabajaba en Sevilla, entré un día en la Fnac y me llamó la atención un cuaderno en cuya portada ponía: “¿Tomas algo para ser feliz? Sí, decisiones”. Aquel mensaje me hizo pensar en la cantidad de ocasiones en las que no estamos cómodos en cierta situación de nuestra vida pero no hacemos nada para cambiarla.

De alguna manera, tendemos a vivir pensando que lo que nos hace infelices diariamente es una especie de condena impuesta por no se sabe muy bien quién. La realidad es que, por el contrario, aunque nos encontremos en circunstancias que nos provocan malestar, la cantidad de decisiones que podemos tomar al respecto suele ser muy elevada.

¿Por qué tomamos muchas menos decisiones de las que podríamos tomar? Fundamentalmente por el miedo al cambio.

Hay dos tipos de decisiones básicas: las que tienen que ver con la acción y las que tienen que ver con la posición interna. Ambas suelen estar interrelacionadas, y lo que más nos cuesta decidir cambiar es lo de dentro. Nuestros egos nos obligan a tenernos mucho cariño, aunque sepamos que nuestra manera de ser nos daña en algún sentido, y es por eso que muchas veces preferimos seguir sufriendo antes que decidir cambiar cualquier aspecto de nuestra psique. Una vez adquirida la humildad necesaria para reconocernos que determinada dinámica de nuestra personalidad no nos está ayudando, es pan comido pasar a la acción.

Vivimos en la era de la innovación, y la innovación implica cambios, cambios constantes. Ningún líder que se precie puede permitirse ser dominado por este miedo al cambio; por el contrario, tiene que ser capaz de tomar decisiones en todo momento. Es más, un buen líder tiene que conseguir que sus colaboradores también superen ese miedo.

Si queremos emprender un nuevo negocio o promocionar en nuestro trabajo, es imprescindible que superemos el pánico al cambio y que empecemos a hacer uso de nuestra tremenda capacidad de tomar decisiones.

Desde que nos despertamos por la mañana tenemos la oportunidad de tomar una decisión. No nos damos cuenta de las limitaciones que nos autoimponemos a la hora de dirigir nuestra propia vida: las opciones son infinitas. Hay que intentar aprovechar más esa libertad y ese poder que aturdían a Alicia en sus sueños porque, aunque parezca increíble, al menos una parte de nuestra felicidad está en nuestras manos.

Intentemos que el miedo no nos ciegue y nos impida ver todas las posibilidades y tomemos decisiones sabiendo que, si nos equivocamos, siempre podemos tomar otra después y que siempre será mejor que quedarnos parados.