La mayoría de las veces en las que vemos venir un conflicto, adoptamos una posición que nos condena a transformar un tesoro en un problema.

Existen conflictos de muy distintos tipos: conflictos interpersonales, conflictos laborales, sociales, políticos, conflictos con uno mismo (estos son mis preferidos)…, y también diferentes maneras recurrentes de enfrentarnos a ellos: desde el miedo, el aburrimiento, la evitación, hasta la visión de una oportunidad de descargar en alguna parte otros conflictos que no hemos resuelto.

Cuando somos capaces de sumergirnos adecuadamente en cualquier conflicto sin que ningún tipo de presión nos domine, encontramos un caldo de cultivo de crecimiento, aprendizaje y toma de decisiones. Los conflictos nos brindan la opción de movernos a otra parte, de evolucionar.

Las mejores empresas a nivel mundial se dieron cuenta hace tiempo del provecho que podían sacar a los conflictos. Tanto es así, que no sólo no rechazan la aparición de un conflicto, sino que incluso provocan activamente que tenga lugar.

Hace años era condición indispensable, a la hora de seleccionar a un nuevo colaborador, que la personalidad de éste fuera lo más “llevadera” posible. Actualmente, las organizaciones potentes buscan personas talentosas capaces de marcar la diferencia y de defender sus ideas dentro de los equipos de trabajo. El punto de mira no está puesto en la búsqueda de empleados fácilmente manipulables, sino de líderes competentes que sepan provocar y exprimir al máximo cada conflicto en sus equipos, para sacar de estas situaciones la mayor dosis posible de creatividad.

En nuestra vida personal somos nuestros propios líderes y, por tanto, si queremos mejorar, no podemos omitir la riqueza que nos ofrecen los conflictos. Cada vez que se produce un choque de ideas en nuestros pensamientos, o en las conversaciones que mantenemos con otras personas, podemos valorar diferentes puntos de vista que nos permiten descubrir nuevas opciones, ampliar lo que ya teníamos claro e, incluso, reforzar nuestra decisión cuando teníamos dudas.

Saber aprovechar los conflictos es un arte, pero se aprende. Para empezar, hay que perderles el miedo, puesto que, visto lo visto, se trata de un miedo irracional. A continuación, y esto es lo más difícil, tenemos que dejar nuestro ego a un lado. El ego, ese hueso duro de roer que nos deja ciegos, es un personaje que siempre tiende a querer ser el protagonista de historias en las que, verdaderamente, no pinta nada. Sólo dejándole fuera de los conflictos podemos extraer todo el jugo que contienen. Liberándonos del miedo previo y el ego posterior, somos capaces de tener claro lo que pensamos, y también de exponerlo y de escuchar lo que los demás piensan.

Por tanto, empecemos por liderarnos bien a nosotros mismos, miremos sin miedo a los conflictos que se presenten y enfrentémoslos con la mirada limpia y las ganas de dar y de descubrir nuevas ideas; en la vida personal nos irá mucho mejor, pero además desarrollaremos una capacidad que, en el mundo laboral actual en el que la creatividad y la innovación son tan importantes, vale su peso en oro.