Nació hace unos 80 años en una casita aquí al lado, en la calle Fabié. Fue bautizado como buen ciudadano del barrio en Santa Ana y durante muchos años anduvo trabajando como albañil, contando con una gracia desmedida como cada vez que iba a reparar una gotera, levantaba dos o tres tejas una vez realizado el arreglo para que no le faltara faena en esa casa.

Moe de Triana. Lo de Chato sabiendo la guasa que se gasta por este rincón creo que no necesita explicación. Poseía el muchacho una nariz con la que decía que como oliera un puchero lo dejaba soso. Llevaba como filosofia de vida eso de que había que aprender a reirse de uno mismo para ser feliz, y por ello cada día aparecía contando una gracia o una exageración de las de tirarte al suelo sobre su portentosa nariz llegando a afirmar tajantemente que cada vez que iba a estornudar tenía que echarle mano a una sábana de Portugal, y que dicho estornudo, sonaba más fuerte que las campanas de la Giralda.

Nunca tuve que desenfundar la tiza para apuntar su nombre en la barra porque pagaba inmediatamente en el acto y al contado todo lo que consumía, que no era ni más ni menos que su vasito, que no copita, de vino y su tapita de queso.

Su afición por el arte del toreo era desmedida, se sabía de memoría todos los carteles de la Maestranza desde el 67 pacá, y presumía de haber visto todas y cada una de las corridas celebradas en el coso sevillano. El maestro Curro era su enorme debilidad y acudía religiosamente a las corridas del Faraón de Camas matita de romero en la solapa, y petaca de aliño pa los filetes, como le gustaba decir a él, en el bolsillo interior de la chaqueta. Aunque la faena fuera la más mala del mundo, él sacaba su pañuelo y lo agitaba como si la vida le fuera en ello, manteniendo que es que la gente no había sabido apreciar la portentosa faena del diestro. Él sí que la entendía, porque era una de esas personas que encerraban ese sexto o séptimo sentido que hace paladear lo bonito y plagado de sentimiento, aunque luego no se plasmara debidamente en el ruedo.

Siempre tenía cosas que contar, y es que era una persona que cuando aparecía por aquí, era capaz de hacer pasar un rato de categoría a todo aquel que estuviera pendiente a las conversaciones que mantuviera con los otros clientes o conmigo mismo.

En fín, que hoy quería recordar la figura de este insigne asiduo a la tasca, porque ya hace por lo menos dos semanas que no viene por aquí. Según me han contado ha pasado a mejor vida, está de crucero con su mujer por las islas griegas y el Meditarráneo.

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