paco ramos 110516

Hace un tiempo, en estas mismas páginas, les hablaba de que el mayor de los problemas de la cultura no es el 21% de IVA, sino su degradación a un mero objeto de entretenimiento en vez de un bien necesario para el crecimiento y la evolución de las personas y los pueblos.

Pero no se preocupen, no vengo a repetirme. Hoy toca hablar del postureo; ése que muchos practicamos (habré de incluirme) en las redes sociales.

Desde que las redes sociales entraron en nuestras vidas, la capacidad de ego ha tomado una dimensión nunca vista, entendiendo por ‘ego’ todo aquello que creemos que somos. En el mismo momento que dichas redes nos piden una biografía, estamos usando nuestro ego para enseñarles a los demás lo que somos, lo que creemos que somos o lo que nos gustaría ser y no pudimos en la vida real, aunque a veces el personaje termina abduciendo a la persona y ya no somos aquel que tomaba cervezas con sus amigos despreocupadamente en la Alameda, sino un mero reflejo de nuestro perfil de Tinder.

Y es curioso porque, en un gran número de ellos, muchas personas se confiesan enamoradas de la cultura, lectoras empedernidas, especialistas en Dostoyevsky o Hesse y oyentes de Ratchmaninov hasta rallar el CD de tanto uso. Así las cosas, uno de los carteles más compartidos es aquel que expresa la impotencia de no entender a un país cuyas listas de éxitos ‘culturales’ están lideradas por Kiko Rivera o Belén Esteban, no sin razón. Una vez más, perdemos nuestra capacidad de autocrítica, porque ¿cuándo fue la última vez que muchos de los cientos de personas que comparten el cartelito fueron a un acto cultural? ¿Cuándo fue la última vez que compraron un libro?

Hay gente dejándose la piel, su tiempo y su dinero, que normalmente suele ser escaso para alguien que se dedica a estas lides, en ofrecer programaciones culturales de alto nivel y ponerlas en manos del público a menudo de manera gratuita. A pesar de los cientos de miles de personas que se confiesan enamorados de la cultura, este tipo de actos suelen tener un escaso seguimiento y una presencia poco menos que testimonial. Y es una pena, porque si no apoyamos a la cultura de calidad, entendiendo que apoyar no es compartir un cartel en facebook o twitter, se acaba imponiendo el aborregamiento.

Con ello, una vez más vencen los instrumentos de poder, aquellos que nos trazan vidas impuestas y preestablecidas donde la obligación sobrepasa en mucho al placer condenándonos a un horario, que suele ser la principal excusa a la hora de acudir a este tipo de eventos. Como decía una canción de Kico Gómez, “la vida no es tiempo, son ganas”, pero aniquilan nuestras ganas sometiéndonos al cansancio.

Como siempre digo, no puede haber protesta sin propuesta. ¿Qué hacemos cada uno de nosotros para revertir la situación cultural no de nuestro país, sino de nuestro entorno? Quizás deberíamos reflexionar y preguntarnos cuándo fue la última vez que fuimos a un evento cultural. Por ejemplo, las ferias del libro no son un muestrario donde los libreros sacan a la venta las últimas novedades, que también, sino un espacio de encuentro, de conversaciones, de contactos y enriquecimiento.

Decía en el artículo que mencionaba al principio que la degradación de la cultura a objeto de entretenimiento convierte a sus agentes en meros bufones, pero hasta un bufón para hacer su trabajo necesita de público al que dirigirse.

La vida, la cultura, está ahí fuera. No se queden en sus casas. Ya todos conocemos el cartel de Paquirrín. Sean fieles al personaje que tratan de representar en las redes.

Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...