paco ramos 27ene16

Algunas veces un servidor ha hablado en esta ‘Marea escorada’ de la revolución que Internet ha supuesto para el mundo de la literatura, pero es que, como dice Sabina, uno también es, sobre todo, peluquera de barrio y termina llamándole la atención otra suerte de asuntos mundanos.

Y es que Internet ha revolucionado todos los ámbitos de la vida, no sólo los puramente intelectuales. También, entre otros, las formas de ligar.

Me decía una amiga que el otro día tomaba una cerveza en una madrileña plaza con una amiga a la que hacía tiempo que no veía, cuando de repente le dijo que “un tío bueno” acaba de hablarle por una aplicación instalada en su móvil llamada Tinder. Mi amiga, ajena a la modernidad, con cierto estupor atendía a la explicación de una herramienta en la que a través de un sistema de localización cualquier persona que esté en tu radio de acción puede ‘verte’ y conectar contigo. El estupor pasó a pánico cuando según su amiga “el tío bueno” venía de camino mientras ella se retocaba la pintura de labios. “¿Quién podía venir y de dónde?”. Cuando el ‘buenorro’ hizo acto de aparición, ella ya sabía que acabaría tomándose la cerveza sola, como así ocurrió, ya que el ritual de cortejo entre fémina y varón duró menos que la serie de orgasmos que ambos se dedicaron entre la tarde y la noche de aquel día.

Evidentemente ahora todo es más fácil. Ya ni siquiera entre los jóvenes existe ese terrorífico momento en el que tus piernas temblaban cuando llamando a casa de tu ‘pava’ favorita rezabas para que el teléfono no fuese descolgado por su padre. Qué momento aquél, cuánto sufrimiento.

Lo más heavy es que a esa facilidad en las comunicaciones, al hablar ante pantallas y no ante personas y que eso facilite el contacto y el atrevimiento, se añaden numerosos elementos, como las cámaras integradas en los smartphones que posibilitan otro tipo de estrategias de ligoteo. Y es que a uno, que siempre abogó por la libertad y la naturalidad del cuerpo, le llama la atención que una amiga tuitera acabe refiriéndole el hecho de aquellos cuya estrategia de ligoteo consista en enviar de manera privada una ‘fotopolla’ a las primeras de cambio con la leyenda de “mira lo que tengo para ti, mami”. Puro romanticismo, un verso de Bécquer, vamos.

Mientras tanto, el que aquí escribe seguirá hablando de literatura, componiendo poemas y esperando que alguna musa decida dedicarle su amor eterno, porque aunque ya no haya que llamar a casa ajena esperando que no sea un padre quien descuelgue, uno sigue sintiendo pudor ante ciertas cosas. Quizás la solución sea un Tinder, aunque sinceramente preferiría una carta en mi buzón. Siempre fui un romántico del género epistolar. Benditos carteros.

Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...