Bien es sabido que no hay nada como los viajes cuando se trata de conocer, y comprender, lugares y culturas. Pero cuando nos falla el presupuesto, o la valentía, los libros se transforman en el vehículo que cruza cielos o navega mares infinitos.

En 1995, el maestro de la literatura de viajes, Paul Theroux, publica ‘Las columnas de Hércules’, el diario de a bordo de un recorrido a través del Mediterráneo, sus países y su historia. Como decía antes, sumergirse en las páginas de Theroux nos lleva a abrir la mente y descubrir los entresijos de ciudades como Estambul o conflictos como los de la antigua Yugoslavia. Pero también nos ofrece un detallado retrato de las sociedades musulmanas que hoy en día se encuentran en conflicto. Entre otras, Siria.

Dice Theroux: “Assad era un individuo funesto, pero como era imparcialmente intolerante, por lo menos se le podía atribuir el mérito de mantener a raya a los fanatismos. Perseguía a los extremistas religiosos con la misma brutalidad nefasta que empleaba para suprimir a los disidentes políticos. Puede que éste fuera su único logro verdadero, pero se caracterizaba por ser despiadado. (…) Ése era el problema de los dictadores, que nunca sabían cuando parar”.

Pero el escritor, en sus viajes, siempre toma contacto directo con el pueblo y sus habitantes. En Damasco se adentra en sus bazares y luego conversa amigablemente con una familia siria en el interior de su acogedora casa. La conversación es ésta:

“- ¿Unas elecciones no suelen ser una manera más fiable de elegir a un líder?

– Tal vez en su país, pero Siria es muy diferente (…). ¡Porque este país es tan complicado! Tenemos drusos, alauís, cristianos, judíos, chiíes, asirios. Tenemos kurdos, tenemos maronitas. ¡Y más! Tenemos yazidis, que son adoradores del diablo, cuyo Dios del Mal es un pavo real. ¿Cómo se hace para gobernarlos a todos?”

Efectivamente, la mano dura de la familia al-Asad ha servido para mantener a raya a todas las etnias habitantes, y enfrentadas, de Siria. Pero el 11 de septiembre de 2001 el mundo sufre unos de los capítulos más importantes de su reciente historia, el atentado contra las torres gemelas de Manhattan por parte de las milicias de Al-Qaeda.

En un primer momento, Estados Unidos pasa a la acción militar y declara la guerra a todo territorio que pueda albergar amenazas, pero lo único que consigue es una opinión pública en su contra tras los fracasos de intervenciones militares como la de Irak, que, si bien acabó con Sadam Hussein, no fue capaz de instaurar la paz y, ni mucho menos, de hallar esas armas de destrucción masiva que justificaban el ataque.

La estrategia ahora es muy diferente. El gobierno norteamericano ve una seria amenaza en los radicalismos musulmanes que, por otra parte, se encuentran aislados en sus propios países y hostigados por sus dirigentes. No hay mejor remedio que armar a esos radicales dentro de su territorio para abrir así una lucha interna y desestabilizar al mundo árabe, desde Egipto, hasta Libia o la propia Siria. Mientras el conflicto perdure en esos países los Estados Unidos permanecerán tranquilos.

No se puede decir que al-Asad haya usado armas químicas contra su propio pueblo. Sería un sinsentido haberlo hecho y autorizar una investigación por parte de la ONU. Pero sí tenemos constancia de que es Estados Unidos el país que más muertes ha provocado por el uso de armas químicas (Hiroshima, Nagasaki o Vietnam). El debate está servido, pero ya les aviso de que aquí no hay buenos.

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Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...