La Semana Santa pasó envuelta entre oscuros nubarrones, esos nubarrones que en los últimos años no quieren perderse la semana grande sevillana por antonomasia. Sí, así de grande es Sevilla, que lo mismo atrae a un autobús lleno de alemanes que a la más voraz de las borrascas que llega impaciente por joderlo todo.

Los acontecimientos pasan y la vida sigue. No hay solución de continuidad, y la primavera mete la segunda marcha camino de la Feria de Abril, la fiesta de la algarabía que divide la ciudad en dos: los que se lo pasan de puta madre disfrutando de sus amigos y los que ante todo pretenden vacilar de lo que no tienen enarbolando el tanto tienes, tanto vales, mientras sostienen una copa caliente de manzanilla en la marquesina de sus casetas. Así es la feria, el escaparate de lo mejor y lo peor que podemos encontrar en esta bendita ciudad, y que sea así por mucho tiempo, porque ése es el verdadero espíritu de nuestra sociedad. Sí. Ése es y no debemos avergonzarnos a la hora de mostrarlo ante el mundo y sus curiosos ojos.

Para que llegue esa semana de feria, aún queda. Mientras tanto, toca seguir quejándose de los copagos, las subidas de luz y las amnistías a los mangantes que tenían que alojar sus cuentas bancarias más allá de nuestras fronteras.

Pobrecillo nuestro presidente que no sabe por dónde atajar esta crisis que no se toma ni vacaciones ni mucho menos un respiro. Ésa sí que es una borrasca que no se mueve del sitio. Pero bueno, tampoco quiero ponerme a hablar aquí de política. Para eso hay que estar altamente preparado. O tal vez no.

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