parody-20-julio-2016

El otro día entregué un informe en el trabajo. No os podéis imaginar qué emoción: entré corriendo al despacho de mi jefe mientras escuchaba aún los aplausos de mis compañeros que, en el paseíllo hasta llegar a él, intentaban darme abrazos y toques fraternales en la espalda, unidos a mensajes de ánimo ante la consecución de un momento cumbre.

“¡Eres un crack!”, decían algunos, “¡queremos un hijo tuyo!”, decían otras, “¡tíranos la camisa y la corbata!”, me gritaban las más jóvenes. De hecho, en la algarabía, unas bragas y un sujetador cayeron en mi cabeza. Aún las guardo, y me pregunto de quiénes serán.

Mi jefe no fue menos: nada más plantarle el informe en lo alto de la mesa se levantó de un salto, emocionado, alegre, contento, satisfecho, uniéndose al griterío que se oía fuera de la habitación, “Muy bien, ¡Edu! ¡Eres un crack! ¡Oeeeeeee!”. Ya entonces no pude evitarlo, me levanté yo también, y, preso de la euforia, me quité la camisa, saqué el DNI que llevaba en mi cartera y señalé, gritando “uuuuuuuuu” con tono bastante grave, mi nombre y mi foto. Me volví a las cristaleras, desde donde se oteaba todo el departamento, y repetí el gesto ante los compañeros que había fuera, sacando músculo, mirándolos no a ellos, sino al horizonte, sabiendo que todos los ojos estaban puestos en mí. Saltaron algunos flashes, y yo aguanté la respiración para que los abdominales no se relajasen y saliesen fofos en las futuras imágenes.

Ese informe había sido el resultado de meses de duro trabajo, horas extras no pagadas, noches de insomnio por preocupación, pero recibía mi recompensa en forma del apoyo y admiración de los compañeros. Y no sólo eso, mi superior firmó allí mismo un aumento de sueldo, rogando que no se me ocurriese irme de su empresa, y fletó además un autobús de estos con parte de arriba descubierta, que iba dando vueltas por la compañía, para poder celebrar con todos los trabajadores dicho acontecimiento. Da gusto trabajar así.

Esa tarde-noche fue apoteósica. La gente en la calle se enteraba de lo sucedido y querían acercarse a mí, hacerse fotos, animándome incondicionalmente y envidiándome. Recuerdo que acabamos en un bar tomando cervezas mientras echaban por la televisión un partido de futbol. En un momento dado, mientras yo continuaba siendo vitoreado y dando discursos vacíos uno detrás de otro, saltando, cantando canciones que ridiculizaban a la competencia y alababan la historia de nuestra empresa, pude observar de reojo que un delantero de uno de los equipos metía un gol. Acto seguido, como si nada, se fue al centro del campo, sólo, y esperó ordenadamente a que el árbitro diese permiso al otro equipo para sacar de nuevo del centro del campo, mientras sus compañeros se colocaban correctamente en el lugar que les correspondía. El entrenador permanecía inalterable en su asiento del banquillo, el público prácticamente no demostró alegría alguna. El comentarista dijo simplemente “Gol del equipo local”.

Debo confesar que me dio lástima al pensar en los futbolistas, qué ingrata profesión esa en la que cuando haces bien tu trabajo nadie te lo reconoce. Maldito fútbol insensible. Deberían aprender del mundo laboral normal.

Oh, ¡wait!

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...